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Un minuto más que hubiera ella tardado, y el pobre Santo, indefenso, hubiera perdido sus dos ojitos clementes, llenos de lágrimas. Irguióse la muchacha, indignada, con el Niño en los brazos, y le besó con ternura compasiva, dispuesta a defenderle y amarle contra todas las sombras perversas de Rucanto.

Y esto, no porque Dios le mande amarle, sino porque la dignidad del hombre y el merecer ser amado estriban en Dios mismo, quien no sólo hizo el alma humana a su imagen, sino que ennobleció el cuerpo humano, haciéndole templo vivo del Espíritu, comunicando con él por medio del Sacramento, sublimándole hasta el extremo de unir con él su Verbo increado.

Disimulaba el bufón su amor, le comprimía, le devoraba, le contenía, aunque por distinta causa. El padre Aliaga obedecía á sus deberes. Sacerdote, debía combatir aquella tentación impura. Cristiano, debía huir del solo pensamiento de unos amores adúlteros. El tío Manolillo debía respetar, respecto á Dorotea, otra razón gravísima para todo corazón de sentimientos elevados. Dorotea no podía amarle.

Había en aquel carácter una extraña y violenta necesidad del martirio, y si por la superioridad de su alma le era difícil hallar compañeros que se la estimaran y animasen, él, necesitado de darse, que en su bien propio para nada se quería, y se veía a mismo como una propiedad de los demás que guardaba él en depósito, se daba como un esclavo a cuantos parecían amarle y entender su delicadeza o desear su bien.

Hace veinte años, retrocedí ante el abismo; ahora me arrojaré á él. ¿No hubo en Roma un ser sublime llamado Curtius que se echó armado en una sima para apaciguar á los dioses? , padrino mío; ese fué el asunto de mi primer concurso para el premio de Roma. Pues bien ¡yo imitaré á ese mártir! Pero, cuando esté en el fondo, ¿no me dejarás solo? Seremos dos para acompañar á usted, para amarle.

Divide la paciencia en nueve grados o mandamientos. «El primer grado de la paciencia es no empezar la injusticia; el segundo, después que el otro la empezó, no vindicarse de igual manera; el tercero, no hacer al que veja lo que padeces; el cuarto, atribuirse a misma los males que sufre; el quinto, atribuirse más que lo que quiere el que lo hizo; el sexto, no odiar al que hace estas cosas; el séptimo, amarle; el octavo, hacerle bien; el noveno rogar a Dios por él».

No hay otro mandamiento mayor que éstos. 32 Entonces el escriba le dijo: Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios, y no hay otro fuera de él; 33 y que amarle de todo corazón, y de todo entendimiento, y de toda el alma, y de todas las fuerzas; y amar al prójimo como a mismo, más es que todos los holocaustos y sacrificios.

Es mi deber... y me parece que será un deber muy dulce. ¿Y si él deja de amarte? No importa: seguiré amándole yo. Es mi deber. ¿Y si te engaña? ¡Ah! me moriré. Pero, a pesar de todo, no dejaré de amarle. Hemos perdido tres bazas gritó mi compañero. Estoy fallo a copas; lo indico claramente, y ni una sola vez lo ha tenido usted en cuenta. ¿Y qué importa?

¿No podría ser que usted, compadecida de , acabase por amarme? ¿No se han visto cosas más imposibles? No dijo rotundamente Leonora. No le amaré a usted nunca... Y si llegase a amarle continuó en un tono dulce y casi maternal se lo ocultaría piadosamente para evitar que usted se exaltara viéndose correspondido. Toda la tarde estoy evitando esta explicación.

En el amor á lo bello sensible erramos tambien de otra manera. Quando se nos presenta un objeto hermoso á la vista, no solo tenemos la percepcion que viene de los sentidos, sino que juntamos á esta percepcion la nocion del bien, y la voluntad es llevada á amarle.