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Actualizado: 16 de junio de 2025
Imaginaos aquella amplia cocina con la gente a punto de acabar sus tareas, antes de marcharse a acostar; el enorme puchero negro, lleno de remolacha y patatas destinadas al ganado, humeando sobre un inmenso fuego de leña que se consumía formando tulipanes de oro y púrpura; los platos, las escudillas y las soperas reluciendo como soles en el vasar; las ristras de ajos y de cebollas bermejas colgadas en hilera de las obscuras vigas del techo, entre los jamones y las lonjas de tocino; Juana, con su papalina azul y su faldilla roja, agitando lo que contenía el puchero con un cucharón de madera; los jaulones de mimbres, en los que cacarean las gallinas con el rubio gallo, que pasa la cabeza entre los barrotes y mira la llama con ojo interrogante y la cresta caída encima de la oreja; el dogo Michel, de cabeza aplastada e hinchados carrillos, husmeando una escudilla olvidada; Dubourg, bajando la obscura escalera que cruje, a la izquierda, inclinado hacia adelante, con un saco sobre el hombro y el brazo arqueado, apoyado en la cadera, mientras que fuera, en medio de la negra noche, el anciano Duchêne, de pie en el carro, levanta la linterna y grita: «Este hace quince, Dubourg; faltan todavía dos.» También se ven, colgados de la pared, una liebre vieja y rubia, traída por el cazador Heinrich para venderla en el mercado, y un hermoso gallo, cuyas plumas tenían visos verdes y rojos, con el ojo empañado y una gota de sangre en la punta del pico.
Un gran siseo sumergía y apagaba aquel grito interrogante. Reinaba otra vez el silencio. Pero cuando parecía que todo iba a quedar sofocado se oía otra vez a Timoteo que desde el centro clamaba con voz agria: ¡Es que yo deseo saber por qué me pega a mí ese tío gordo! Al cabo estas preguntas peligrosas se fueron atenuando; se hicieron más raras y débiles.
Rafael, después de la partida de su amante, apenas salió a la calle. Le molestaba la curiosidad de la gente, la conmiseración burlona de los amigos que envidiaban su pasada felicidad y permaneció dos días en su casa, seguido por la mirada interrogante de su madre.
Tocó con los nudillos en la puerta tímidamente, y una voz interrogante, la de Maud, contestó con afabilidad: «¿Quién?...». Pero al dar Fernando su nombre, hubo cierto movimiento de sorpresa y revoltijo al otro lado de la puerta, como si Mrs.
El otro tampoco osaba dar un paso. Estaban los dos inmóviles, sin saber qué decirse, cuando apareció Robledo. Debía estar rondando desde mucho antes por las inmediaciones de la casa para adquirir noticias. Al reconocer á Canterac le miró con una expresión interrogante. ¿Y el otro?... Inclinó la cabeza Canterac y el marqués hizo un gesto doloroso que reveló á Robledo todo lo ocurrido.
Y ante la mirada interrogante del príncipe fué exponiendo sus quejas con acento de convicción. Su pérdida tan rápida y completa no podía explicarse lógicamente. Dos semanas ganando, y en unas cuantas horas perderlo todo... ¿cómo podía ser eso?
Después pensó Isidro en su compañera, nerviosa y quebrantada por su estado físico; en lo peligroso que sería darle la noticia, sin que una nueva crisis pusiera en peligro su salud. Cuando subió, le esperaba Feli con la mirada interrogante y la cara triste, como si el instinto femenil le avisase la desgracia. Sólo por un asunto importante podía haberse resuelto su tío ir a visitarles.
Ulises asentía á las reflexiones del cocinero, llevándose á la boca la primera cucharada con gesto interrogante... Luego sonreía, sumiéndose en gastronómica embriaguez. «¡Magnífico, tío Caragòl!» Su buen humor le hacía afirmar que los dioses sólo se alimentaban con arroz abanda en su hotel del Olimpo. Lo había leído en los libros.
Maquinalmente se aproximó al grupo de oficiales, y sus ojos volvieron á tropezarse con los de Martínez. Este vino hacia él con una sonrisa interrogante. Miguel comprendió que le había hecho un signo de llamamiento sin darse cuenta de ello, por un impulso de su voluntad, que parecía moverse completamente desligada de su razón. ¡Tanto peor!... ¡Adelante!
A las nueve de la mañana del día siguiente, cuando el capitán se vestía en su camarote para bajar á tierra, Tòni abrió la puerta. Su gesto era fosco y tímido al mismo tiempo, como si fuese á dar una mala noticia. Esa está ahí dijo lacónicamente. Ferragut le miró con expresión interrogante... ¿Quién era «esa»?...
Palabra del Dia
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