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Actualizado: 2 de junio de 2025
Vista a cierta distancia, en el momento en que caminaba a través del cementerio y descendía a la aldea, Eppie parecía vestida de blanco inmaculado, y sus cabellos producían el efecto de esos reflejos de oro que se ve en las azucenas. Una de sus manos se apoyaba en el brazo de su marido y con la otra oprimía la de su padre Silas.
El hombre graba en su angustiada mente con santos signos la mejor palabra, y canta en tus recuerdos inspirado, volviendo tristemente sobre el tiempo dichoso y ya pasado, en que tu amor tan sólo, su amor era; amor dulce, sereno, inmaculado como el rayo del sol en primavera.
Aquellas escenas, en que el joven Fernando vuelve como vencedor de las guerras contra los moros, y en vez de la recompensa que esperaba, encuentra decapitado á su noble padre por las calumnias del infame Peláez, amenazándole también el mismo suplicio; su refugio en una iglesia, en donde se parapeta y defiende contra el populacho amotinado; la aparición maravillosa de la joven doncella, su ángel salvador, que llega á libertarlo estando tan próximo á la muerte; el sacrificio de su hermana, á quien inmola, rogándoselo ella para hacer vanas las asechanzas de su enemigo; y la venganza completa, que, después de afrontar infinitos peligros, que se suceden con interés siempre creciente, toma al cabo de los traidores, dejando su honor inmaculado: todo esto se graba perfectamente en la memoria de cualquiera si alguna vez llega á leerlo.
La fuerza me arrolló, sentíme herido, pero seguí a la patria hasta el Calvario. En pró del bien no rehuyó el holocausto, ni desertó del culto al patriotismo. Yo amo tanto a mi patria pueblo infausto que la erijo en altar mi pecho mismo. ¡No soy vil...! Yo odio la careta fea con que oculta su crimen el malvado. Que me diseque el corazón y vea si lo tengo corrupto o inmaculado.
En el corredor se tropezó con Carmen; parecía haberse olvidado de ella, y al verla dió un gruñido y trató de hacerla una caricia. Sobrecogida, no pudo evitar un ligero grito al esquivar su cuerpo inmaculado de las manazas brutales del hombrón. Salieron doña Rebeca y Narcisa de sus habitaciones, como dos víboras de sus escondrijos, silbando: ¡Loca!... ¡Si está loca!... ¿Qué escándalo es éste?...
Por las tardes, paseándose en el Espolón, donde ya iban quedándose a sus anchas curas y magistrados, porque el mundanal ruido se iba a la sombra de los árboles frondosos del Paseo Grande, don Álvaro solía cruzarse con el Provisor; y se saludaban con grandes reverencias, pero el seglar se sentía humillado, y un rubor ligero le subía a las mejillas. Se le figuraba que todos los presentes les miraban a los dos y los comparaban, y encontraban más fuerte, más hábil, más airoso al vencedor, al cura. Don Fermín era el de siempre; arrogante en su humildad, que más quería parecer cortesía que virtud cristiana; sonriente, esbelto, armonioso al andar, enfático en el sonsonete rítmico del manteo ampuloso, pasaba desafiando el qué dirán, con imperturbable sangre fría. Solían juntarse en el Espolón los tres mejores mozos del Cabildo: el chantre, alto y corpulento; el pariente del ministro, más fino, más delgado, pero muy largo también, y don Fermín, el más elegante y poco menos alto que la dignidad. Gastaban entre los tres muchas varas de paño negro reluciente, inmaculado; eran como firmes columnas de la Iglesia, enlutadas con fúnebres colgaduras. Y a pesar de la tristeza del traje y de la seriedad del continente, don Álvaro adivinaba en aquel grupo una seducción para las vetustenses; iba allí el prestigio de la Iglesia, el prestigio de la gracia, el prestigio del talento, el prestigio de la salud, de la fuerza y de la carne que medró cuanto quiso...
El paraje tranquilo, los tiestos de flores que observó en los balcones, la escalera limpia y blanqueada y la sencilla amabilidad de la portera produjeron excelente impresión en nuestro escultor. La casa tenía marcado sabor conventual; había allí algo puro, inmaculado, que correspondía admirablemente con la inocencia y las costumbres devotas de su amigo.
Ello es que yo, y perdóneme Dios el concepto grosero que formo de su reino, ello es, repito, que aun suponiendo que, acrisolado y purificado por mil tormentos, que hacen un purgatorio de mi vida, logre entrar en el cielo, haré en él tan insignificante, vil y desairado papel como el que en la tierra he hecho. ¿Qué seré yo al lado de los santos gloriosos, de los heroicos mártires, de los que asombraron al mundo con sus penitencias, de los que difundieron por cuantos son sus climas y, regiones la hermosa doctrina del Cordero inmaculado?
Después de haberse acabado la vida con sus esfuerzos en pró del bien espiritual de la humanidad, había convertido su manera de morir en una especie de parábola viviente, con objeto de imprimir en la mente de sus admiradores la poderosa y triste enseñanza de que, comparados con la Infinita Pureza, todos somos igualmente pecadores; para enseñarles también que el más inmaculado entre nosotros, sólo ha podido elevarse sobre sus semejantes lo necesario para discernir con mayor claridad la misericordia que nos contempla desde las alturas, y repudiar más absolutamente el fantasma del mérito humano que dirige sus miradas hacia arriba.
Seré merecedor de tu desvío, Mas no comprendo la ilusión extraña Que á dar tanta beldad te precipita, Inútil don, tesoro inmaculado, Á la vejez marchita. La amapola del prado No despliega la pompa de sus hojas, De púdico amor rojas, Hasta que el sol derrama En su velado seno estiva llama; Ni la rosa se atreve Á abrir el cáliz entre escarcha y nieve.
Palabra del Dia
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