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Cuando yo más la quería... Rafael no pudo oír más. La poesía popular le arañaba el alma con su ingenua tristeza. Rompió a llorar con gemidos de niño, como si la copla fuese su historia: como si la hubiesen compuesto luego de ser despedido él de aquella reja, donde estaba la felicidad de su vida. ¿Oyes, Fermín? dijo entre suspiros. Ese, soy yo. Me ocurre lo que al pobresito de la copla.

Al fin advertí que Paca hacía con la cabeza un gesto de resignación forzada, y principió a pasarle la mano por la espalda, diciendo al propio tiempo: Vamos, menino, entra..., bis..., bis... ¡Pobresito!... ¡Pobresito!

Ámonos decía la vieja con gran exaltación en la voz y los ademanes. Ámonos a Jerez en seguía. Quiero que antes de que amenesca la vean todos los nuestros, tan bonita y tan arreglá como la misma Mare de Dios. Quiero que la vea el abuelo, mi padre, cabayeros; el gitano más viejo de toa Andalusía, y que la bendiga el pobresito con sus manos de Pae Santo, que tiemblan y paese que tienen lus.

¿Cree usted de verdad que le hará feliz mi hija Gloria? ¿Por qué no, señora? Mucho le agradezco esa buena opinión que tiene de mi niña. ¡Los padres gozamos tanto cuando oímos elogiar a los hijos de nuestro corazón!... ¡Pobresito! Se conoce que tiene usted buenos sentimientos. ¿No es verdad, don Oscar, que nuestro amigo Sanjurjo tiene un alma muy buena?

Y ella, la palomita sin jiel, la rosita de Abril, ¡tan buena siempre conmigo! ¡protegiéndome, como si fuese mi virgensita!... Cuando mi mare se enfadaba porque jasía yo una de las mías, ya estaba Mari-Crú defendiendo a su pobresito José María... ¡Ay, mi prima! ¡Mi santita dulce! ¡Mi sol moreno, con aquellos ojasos que paesían hogueras! ¿Qué no hubiese hecho por ella este pobresito gitano?... Oiga su mersé, señó.

Sus piernas, que no llegaban al suelo, se movían como péndulos; sus enormes bigotes, proyectados por la luz en la pared, parecían dos grandes colas de zorro. Me parece, don Oscar profirió doña Tula con su vocecita aguda , que ha tratado usted demasiado mal a nuestro amigo Sanjurjo... ¡Este bendito señor es tan severo! dirigiéndose a con una mirada falsa . ¡Pobresito!

Prontito. ¿Han ganado ustedes al fin las elecciones? ¡Pues qué íbamos a hasé! Eso me trae todavía. Nunca farta un enrediyo. Aquel escribano que tanto les combatía a ustedes estará furioso. El pobresito ha fallesido. ¡Hombre!... , antes de las elecsione... Verá usté qué cosa más rara. ¿Se acuerda usté de cuando estuve aquí, hase un mes?

Examinaba de cabeza a pies aquel cuerpo descarnado, de una blancura enfermiza, en el que los huesos parecían tener la fragilidad del papel. Salvatierra preguntaba en voz baja por los padres. Adivinaba el remoto arañazo del alcohol en esta agonía. La tía Alcaparrona protestó. Su pobresito pare bebía como cualsiquiera, pero era un hombrón de mucho aguante.

Y añadió melancólicamente: No estaría yo aquí si viviese el marqués de San Dionisio, aquel señó tan resalao que jué el padrino de mi pobresito José María. Y señalaba a Alcaparrón, que abandonó su cuchara para erguirse con cierto orgullo al oír el nombre de su padrino, el cual, según afirmaba Zarandilla, había sido algo más para él.