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Si ustedes no le dan motivos, no. ¿Qué le han hecho? añadió dirigiéndose a . Nada, mamá... Pero yo no quiero que me toque! objeté a mi vez. En este momento entró nuestro tío. ¡Ah! aquí está el buena pieza de tu Eduardo... ¡Te va a sacar canas este hijo, ya verás! Se quejan de que quieres pegarles. ¿Yo? exclamó el padrastrillo midiéndome. No lo he pensado aún.

Una oleada cortó el hilo de mi curiosidad; las demás palabras del diálogo se confundieron con las repetidas voces de: ¿me conoces? te conozco, etcétera, etc. ¿Pues no parecía estrella mía haber traído esta noche un dominó igual al de todos los amantes, más feliz, por cierto, que Quevedo, que se parecía de noche a cuantos esperaban para pegarles? ¡Chis! ¡chis!

¡Un verdadero timo! repitieron en coro las amables señoritas de Platavieja, rodeando al punto como enjambre de mariposas a los dos diputados, jóvenes y solteros, con la idea sin duda de pegarles alguno. Imposible fue ya continuar la plática ante aquellos testigos, y la noche corrió lenta y aburrida, sin más incidentes.

Señores dijo en grave y enronquecida voz Ramón Limioso : Es siquiera una mala vergüenza que esos pillos nos tengan aquí sitiados.... Me dan ganas de salir y pegarles una corrida, que no paren hasta el Ayuntamiento. Hombre gruñó el abad de Boán , usted poco habla, pero bueno. Vamos a meterles miedo, ¡quoniam! Estornudando solamente, espanto yo media docena de esos pellejones.

Entre unos cuantos amigos, hemos fundado un colegio para niños desamparados y nos sale por muy poco cada plaza. ¡Pobres criaturas! ¡Dejarlos así abandonados a la intemperie, expuestos a quedarse muertos en medio de la calle, y todavía si no traen el dinero justo pegarles!... Esa mujer es una infame que no merece que V. se ocupe de ella.

Allí le encontraron ellas, y se pusieron a darle bromas, a decirle cosas... amos... cosas que se dicen y que no eran para ofenderse. Total: que el pobre vejete mal pintado se hubo de incomodar, y al correr tras ellas con el palo levantado para pegarles, pataplum, cayó redondo al suelo.

Si estaba desasosegado y nervioso y de mal humor, era porque la otra lo habría plantado; ¡muy bien hecho! que si todas las damiselas hicieran lo mismo con los vejestorios enamorados, mandarlos a su casa después de pegarles cuatro palmadas, las esposas honestas no estarían en esta agitación y no pasarían la pena negra.

Era signo de distinción y de buen gusto dejarse robar por la eminencia; se congregaba para cruzar sonrisas y saludos lo mejorcito de Valencia, y las dos niñas pasaban el día siguiente hablando con entusiasmo del do de pecho del tenor y de los vestidos escotados de las del palco 7; de los diamantes de la tiple y de la facha ridícula del director de orquesta, un tío melenudo, con gafas de oro, que en los momentos difíciles braceaba como un loco, se levantaba del sillón y parecía querer pegarles a los músicos, a los artistas y hasta al público.

Moriría uno cada mes: iban a pegarles sus enfermedades. ¿Y con qué derecho estaban en la catedral si no cobraban sueldo alguno de la Obrería? Tales hediondeces debían quedarse fuera de la casa del Señor. Su suegra se indignaba. ¡Calla, ladrón de santos decía ; calla, o te tiro un plato! Todos somos hijos de Dios, y si las cosas fuesen derechas, los pobres debían vivir en la catedral.

-No -dijo la sobrina-, no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores; mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, y hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo.