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Hay un silencio triste, de consuelo, en el prado. Una esquila se queja en los brazos del viento como un poeta triste, eternamente atado al buey de la materia, sin luz ni sentimiento. Las voces pueblerinas de unos chicos se alejan entre el grueso ramaje con que se adorna al río. De su inercia unas rocas parecen que se quejan y la yerba se seca al beso del estío. Otra vez el silencio.

Esto no marcha... Los demás se quejan de calor; dicen que cada vez pica más el sol, y yo tiemblo si me quito la manta... Y lo que me da más rabia es que el médico, don Carmelo el oficial y otros me miran como si les hubiese engañado, y dicen que si llegan a saber esto no me dejan embarcar, porque allá en Buenos Aires no quieren enfermos... Pero señor, ¡si yo me embarqué sano y bueno!, ¡si es este maldito mar que no me prueba!...

Esos señores se quejan con una notable unanimidad del espíritu de independencia, de la coquetería y del ardor por los sports que distinguen a las muchachas... Y el piano, el pobre piano, qué tempestades levanta... Y hay madres que creen que la música es una preciosa añadidura al dote de sus hijas dijo Genoveva con una risa que nos puso de buen humor.

Los correligionarios se quejan porque no te ven». Y abandonando aquellos paseos que eran su único placer, se hundía en un ambiente denso, cargado de gritos y humo, donde había de contestar a los más ilustrados del partido que, llenando de ceniza los platillos del café, querían saber quién hablaba mejor, Castelar o Cánovas, y en caso de una guerra entre Francia y Alemania, cuál de las dos naciones vencería; asuntos que provocaban disputas y enfriaban amistades.

Vms. se quejan, les dixo la vieja; pues sepan que no han experimentado desventuras como las mias.

Por eso cada dia vemos muchos que se quejan de los Jueces que han determinado esto, ú estotro, sin numerar perfectamente los motivos que ellos se propusieron: y no faltan políticos sofistas que con ligeras noticias quieren juzgar de los negocios mas secretos del Gobierno, señalando por razones de los acontecimientos las que tal vez no las imaginaron los que gobiernan.

En la sacristía nos hacen la caridad de dejarnos un poco de fuego; pero aun así, muchas mañanas falta poco para que nos recojan helados. Los del cabildo llaman al coro «matacanónigos». Y si esos señores se quejan por una hora de estancia en esta nevera, bien comidos y mejor bebidos, figúrese usted qué será de nosotros. Ha tenido usted suerte de entrar en verano.

Si ustedes no le dan motivos, no. ¿Qué le han hecho? añadió dirigiéndose a . Nada, mamá... Pero yo no quiero que me toque! objeté a mi vez. En este momento entró nuestro tío. ¡Ah! aquí está el buena pieza de tu Eduardo... ¡Te va a sacar canas este hijo, ya verás! Se quejan de que quieres pegarles. ¿Yo? exclamó el padrastrillo midiéndome. No lo he pensado aún.

Pero el Gobierno que gobierna desde lejos, necesita absolutamente que la verdad y los hechos lleguen á su conocimiento por todas las vías posibles, para que pueda juzgarlos y apreciarlos mejor, y esta necesidad sube de punto cuando se trata de un país como Filipinas, cuyos habitantes hablan y se quejan en un idioma desconocido para las autoridades.

«... La ciudad, calles y plazas, están llenas de muchachos pequeños que andan perdidos pidiendo limosna y muriéndose de hambre, y quedándose á dormir por los poyos y portales desnudos, casi encueros y expuestos á muchos peligros como se ha visto algunas veces por la experiencia, que han sucedido entre otros pícaros á quien se llegan, y otros amaneciendo muertos del hielo y así mismo se han multiplicado los ladrones porque hay infinitos muchachos que lo son, y los clérigos de San Salvador se quejan que después de que se quitó la casa de los niños hallan en la iglesia detrás de los retablos muchas bolsas de las que quitan los tales ladrones muchachos».