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Y esa idea de don Emilio Castelar era la idea que aquí tengan todos los que no estaban, diré mejor, los que no estábamos comprendidos en la conspiración; porque a pesar del papel que yo posteriormente pude desempeñar, modesto y obscuro, en el movimiento revolucionario, he de declararlo sinceramente, y nunca he pretendido lo contrario, en la conspiración inicial no estuve comprendido ni iniciado; hasta el punto de que, no sospechando que yo podía ser capaz de semejante cosa, el señor Juan Gualberto Gómez, a pesar de haber llevado su defensa ante la Audiencia de la Habana cuando se le procesó por la publicación de un artículo titulado «Por qué somos separatistas», jamás contó conmigo y aun hubo de decirme, ya en Ceuta, donde nos encontramos, que él se hubiera dirigido a si hubiese sabido que yo era susceptible de ser inyectado con semejante virus; a lo que le contesté que quizás, en aquellos momentos, no hubiera sido yo susceptible de recibir, con fruto, la inyección.

Nos cuenta, sin embargo, contradiciéndose, que el Sr. don Emilio Castelar le dió un almuerzo suculentísimo, en el que se sirvieron diecisiete platos, sin contar los postres, que serían, probablemente, cuarenta ó cincuenta, todo ello, para que no se atragantase, remojado con los mejores vinos españoles. Pues qué ¿quería más el Sr. Taylor? También se contradice al hablar de los clubs ó casinos.

Guillermina no le quitaba los ojos, que con los guiños se volvían picarescos. Era una maravilla cómo le adivinaba los pensamientos. Parece mentira, pero no lo es, que después de otra pausa solemne, dijo la Pacheco estas palabras: «Porque eso de que Castelar le coloque es cosa de labios afuera. Usted mismo no lo cree ni en sueños.

«El coronel Iglesias dijo Barbarita, que deseaba terminase el relato . De buena escapó el país... Bien, Jacinto, supongo que almorzará usted con nosotros». Pues ya lo creo dijo el Delfín . Hoy no le suelto; y pronto mamá, que es tarde. Barbarita y Jacinta salieron. «¿Y Salmerón qué hizo?». Yo puse toda mi atención en Castelar, y le vi llevarse la mano a los ojos y decir: ¡qué ignominia!

Los correligionarios se quejan porque no te ven». Y abandonando aquellos paseos que eran su único placer, se hundía en un ambiente denso, cargado de gritos y humo, donde había de contestar a los más ilustrados del partido que, llenando de ceniza los platillos del café, querían saber quién hablaba mejor, Castelar o Cánovas, y en caso de una guerra entre Francia y Alemania, cuál de las dos naciones vencería; asuntos que provocaban disputas y enfriaban amistades.

A ver qué cosa... La señora se aboca con Castelar... que me tiene tanta tirria... o con el Sr. de Pi. Déjeme usted a de pi y de pa... Yo no le puedo dar a usted ningún destino. Pues si no me dan la ministración del Pardo, el hijo se queda aquí... ¡hostia! declaró Izquierdo con la mayor aspereza, levantándose. Parecía responder con la exhibición de su gallarda estatura más que con las palabras.

No lo crea usted. ¿Y usted qué dice, Ronzal? Yo... distingo... si el bajo es cantante.... Pero a no me vengan ustedes con música... ¿saben ustedes lo que yo digo? «Que la música es el ruido que menos me incomoda.... ¡Ja! ¡ja! ¡ja! Además, para tenor ahí tenemos a Castelar... ¡ja! ¡ja! ¡ja!».

Claro está que este hombre es D. Emilio Castelar, el Víctor Hugo de la cátedra y de la tribuna. En segundo lugar me consuela la consideración de que, si yo rebajo a Shakspeare, siempre le dejaré bastante alto para los españoles, poniéndole, como le pongo, ya que no a la altura de Cervantes, al nivel de Calderon, y casi hombreándose con Lope.

En la prensa de la Corte se llevaban la palma los discursos de Castelar, por entonces muy distante de haberse gastado. ¡Cuánta palabra linda, y qué bien que enganchaban unas en otras! Parecían versos.

En España tenemos dos ejemplos notabilísimos: uno es el del primero de los oradores contemporáneos, D. Emilio Castelar, el cual se puede decir que trabaja de la salida a la puesta del sol como el último obrero, haciendo sudar a todas las prensas del orbe y atendiendo al propio tiempo a sus tareas políticas: es de la raza de los atletas como Víctor Hugo y Balzac.