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¡Vaya un concierto que nos están dando esos condenados de perros! ¡El perro que chilla es el que tiene la culpa! ¡Maldito!... ¡Condenado!... ¡Silencio, silencio, que ya se oye algo! ¡Qué se ha de oír!... ¡Maldita sea mi suerte! ¡Silencio, silencio! ¡Chis, chiis, chiiiiis! Los perros fueron callando uno en pos de otro cuando lo tuvieron por oportuno, y poco a poco se fue restableciendo la calma.

Con el mayor disimulo la retuve suavemente por el hábito, diciendo al mismo tiempo en voz de falsete: ¿Cómo se llamaba usted? ¡Chis, suelte usted! Y dando un tirón se alejó, no sin dirigir una rápida mirada de temor a la madre. Peteneras y seguidillas. ¡Oh diablo! ¿Estaría galanteando a la hermana San Sulpicio? La impresión que saqué de esta plática por lo menos fue ésa.

No, hombre, no: es que lo creo así. No entiendo cómo Clementina puede sufrir semejante narciso. ¡Chis, chis! ¡Prudencia, Pepa, prudencia! exclamó Castro con susto, levantando los ojos hacia su querida. ¿Sabe usted que disimula muy bien? No la he visto dirigirle a usted una sola mirada hasta ahora.

Se había levantado de la silla, y en el colmo del furor pegaba allá en un rincón patadas horrendas en el suelo. ¡Contra! ¡recontra! ¡me c... en diez!... ¡Por esa cochina!... ¡por esa sinvergüenza!... ¡por esa metebaza!... ¡Chis! ¡chis!... ¡Silencio, niño! dijo D. Bernardo, frunciendo aún más la frente, lo cual, en verdad, parecía imposible.

Cuando pase por delante de vuestro escondrijo, caed sobre él y tiradlo al estanque. ¡Chis!... Le ataréis a las piernas plomo y piedras... ¡Cómo besa a mi hija ese ladrón de mi honor! ASTOLFO. , ahora estoy convencido de que no es el duque. EL CONDE. ¡Silencio! ELSA. ¿Por qué te has hecho esperar tanto? ENRIQUE. ¡Oh, el día me ha parecido interminable!

En esto la charanga entonó con energía la marcha real; todos los rostros se volvieron al mirador regio donde apareció la reina Isabel: algunos batieron palmas; otros dijeron «chis, chisporque la atmósfera política estaba entonces encapotada con ciertos nubarrones que descargaron no mucho tiempo después.

Una oleada cortó el hilo de mi curiosidad; las demás palabras del diálogo se confundieron con las repetidas voces de: ¿me conoces? te conozco, etcétera, etc. ¿Pues no parecía estrella mía haber traído esta noche un dominó igual al de todos los amantes, más feliz, por cierto, que Quevedo, que se parecía de noche a cuantos esperaban para pegarles? ¡Chis! ¡chis!

Por último, D. Gaspar de Silva avanzó por el escenario con un papel en la mano. «¡Silencio! ¡Chis, chis!... ¡Que se callen! ¡Silencio! ¡Fuera! ¡Chis, chisEn medio de un silencio religioso, el famoso vate de Peñascosa comenzó a leer con voz dramática una Oda a la Religión. Los temas sagrados no eran su especialidad.

Entonces el corrido y avergonzado Pepe de la Esguila montó en cólera de pronto, dejó el instrumento en el suelo, y alzándose del asiento con los ojos encendidos y agitando los puños frente a la cazuela, gritó: ¡Ya te arreglaré en cuanto salgamos, Percebe! ¡Chis, chis! ¡Silencio, silencio! exclamó todo el público. ¡Qué has de arreglar, morral! Anda adelante y toca mejor la trompeta.

Y salieron a la calle llevando por delante a los niños, los cuales iban brincando como cervatillos por la acera. ¡Eh chis chis! gritó el boticario llamándolos. ¿En qué calle vivís? En la calle del Tribulete contestó el mayor. ¿Qué número? Los chicos se miraron uno a otro con sorpresa y quedaron silenciosos. ¿No lo sabéis? Está bien. ¿Pero sabréis ir a casa? ¡Ah, señor!