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»¡Desde que la prensa existe, que no se había hecho cosa parecida!... ¿Comprendes la trascendencia de mi obra? ¿Podía yo dormir tranquilamente después de haberla realizado? No; de ninguna manera. Y cuando vine a casa me sentía desasosegado, nervioso, obsesionado por mi tremendo artículo. Y tuve que pensar en ti un poquito para sentirme tranquilo y poder dormir como un hombre vulgar.

-A eso se puede imaginar -respondió la duquesa- que, arrepentido del mal que había hecho a la Trifaldi y compañía, y a otras personas, y de las maldades que como hechicero y encantador debía de haber cometido, quiso concluir con todos los instrumentos de su oficio, y, como a principal y que más le traía desasosegado, vagando de tierra en tierra, abrasó a Clavileño; que con sus abrasadas cenizas y con el trofeo del cartel queda eterno el valor del gran don Quijote de la Mancha.

Así como los joviales espíritus diurnos se alejan con ruborosas alas apenas despunta por Oriente el íncubo nocharniego, el señor Colignon, desasosegado, aturdido y pálido por dentro, pues por fuera no se lo consentía su imposible rubicundez, se despidió y tomó la salida, no sin que Xuantipa le dijese al partir: Con su apoyo contamos, señor Coliñón, y Dios se lo premiará.

El padre, por no tener más chicos que Celinina, no cabía en de inquieto y desasosegado. Sus negocios le llamaban fuera de la casa; pero muy á menudo entraba en ella para ver cómo iba la enfermita. El mal seguía su marcha con alternativas traidoras: unas veces dando esperanzas de remedio; otras quitándolas. El buen hombre tenía presentimientos tristes.

Vaya, dijo doña Guiomar de todo punto disgustada y mohína, pues que de nada podéis servirme, señor Ginés de Sepúlveda, y estáis ahí inquieto y desasosegado como si asentareis sobre alfileres, idos en buen hora, y no os digo que cuando escapéis de vuestra penitencia podéis venir a visitarme como un buen amigo, porque se me antoja que mi casa ha de causaros espanto, por creerla lugar de perdición para vuestra alma.

Desasosegado, Miquis se sentaba primero en una silla, después en otra, luego paseaba, y de pie y andando, no quitaba los ojos de su enferma. «Pues mira le dijo Isidora con cierto descaro , no me riñas, porque con tus medicinas tontas y con tu asquerosa ipecacuana no me he de curar, ni quiero curarme. Ya lo que no quieres. ¿Piensas que no estoy enterado de tus malos pasos de estos días?

El padre, por no tener más chicos que Celinina, no cabía en de inquieto y desasosegado. Sus negocios le llamaban fuera de la casa; pero muy á menudo entraba en ella para ver como iba la enfermita. El mal seguía su marcha con alternativas traidoras: unas veces dando esperanzas de remedio, otras quitándolas. El buen hombre tenía presentimientos tristes.

La duquesa, que aún no se daba por convencida, quiso replicar algo; pero el marqués, desasosegado y nervioso, impuso silencio, extendiendo una mano que parecía tener, como las de Jacob, mitones de cabrito... ¡Basta, basta, señores! dijo . ¡Están ustedes jugando con fuego!...

La noche antes había llegado Ángel a casa más desasosegado y distraído que de costumbre: cenó poco, habló menos y sin venir al caso; tan pronto sonreía como se le nublaba el gesto y se estremecía todo... Y así se fue a la cama. De eso estaban hablando cabalmente su padre y su madre todavía, cuando se les presentó Ángel muy risueño, pero no muy tranquilo, a juzgar por ciertas señales.

Con estas dudas declaran los tales su furibunda aplicación. Fuera de la Universidad, la fiebre de la ciencia le traía muy desasosegado. Por aquellos días no era todavía costumbre que fuesen al Ateneo los sabios de pecho que están mamando la leche del conocimiento. Todos los dineros que su papá le daba, dejábalos Juanito en casa de Bailly-Baillière, a cuenta de los libros que iba tomando.