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Hallada tan buena coyuntura, se les habló con toda eficacia del bien de sus almas y cuánto interesaban en que nosotros los tomásemos á nuestro cargo, pues fuera de conseguir la salvación eterna y vivir como hombres é hijos de Dios, pasarían una vida quieta y libre de todo peligro, obligándose todos los pueblos de los Guaranís á defenderlos de los Mamalucos y Guyacurús, que cada año tanto les molestan.

Torrebianca aún estaba libre, pero bien podía ser que lo vigilase preventivamente la policía mientras el juez estudiaba su culpabilidad. Aunque la frontera de España estaba lejos, la pasarían antes de que la Justicia hubiese lanzado una orden de prisión.

Cada vez que sonaba la campanilla, parecíale que llegaba otra vez el dichoso hombre aquel con el antipático papelito... ¡Si Bringas se enteraba...! Pensando esto, su zozobra era verdadero terror, y empezó a discurrir el modo de salir del paso. Pocos días antes había tenido casi la mitad del dinero; pero confiada en que no la pasarían la cuenta, habíalo gastado en cosillas para los niños.

Las olas pasarían sobre nuestra cabeza y nos vendrían a contar lo que sucedía en el mundo... Esos peces blancos y azules que los marineros pescan con los anzuelos vendrían silenciosamente a visitarnos y nos permitirían pasar la mano por sus escamas de plata... Las algas se enredarían a nuestros pies, formando cojines blandos, y cuando el sol saliera le veríamos al través del cristal del agua más grande y más hermoso, filtrando sus rayos de mil colores por ella y deslumbrándonos con su esplendor... Di, ¿no te gusta?

D. Tomás compadeció a su amigo D. Carlos Navarro, y después, como el otro sacara a relucir la guerra y el aspecto que tomaba, dijo con aparente candor, verdadera máscara de su marrullería, que, según su opinión, las cosas no pasarían adelante. Por no verse precisado a hablar más, apretó la mano de su amigo y siguió paseando por la muralla.

Si estaba desasosegado y nervioso y de mal humor, era porque la otra lo habría plantado; ¡muy bien hecho! que si todas las damiselas hicieran lo mismo con los vejestorios enamorados, mandarlos a su casa después de pegarles cuatro palmadas, las esposas honestas no estarían en esta agitación y no pasarían la pena negra.

Si por casualidad aquél guardaba silencio, no había miedo que éste lo turbase; horas enteras se pasarían sin comunicarse nada. Muchas veces, después de comer, se sentaban ambos al par de la chimenea; era el momento en que a Miguel le asaltaba la melancolía; se acordaba de su padre, de la triste suerte que le había cabido separado de él, viviendo sin familia hacía ya tantos años.

Convínose, pues, en que la señora de Maurescamp quedaría con su hijo, y que acompañaría a su madre primeramente a Vichy y después a Suiza y Vevey, donde pasarían el verano. Mientras tanto, los sentimientos de uno y otro se calmarían, modificándose, tanto más, cuanto que en todo aquello no había habido sino una serie de errores. Aquel duelo había ocupado a París durante ocho días.

El duque de Carvajal, que era un hombre práctico, había añadido al contrato las dos cláusulas siguientes: primera, que la Condesa se obligaba a no volver a casarse; y segunda, que, en caso de muerte, todos sus bienes, tanto de España como del reino de Napóles, pasarían a ser propiedad de su hermana. No admitimos semejantes condiciones dijeron a la vez los prometidos esposos.

Empleó todos los recursos del ingenio y el lenguaje tierno y expresivo que le dictaba su honrado corazón a fin de convencerla de que ni ella ni él se hallaban, por fortuna, en el caso de ponerse a llorar sus pecados como dos criminales, pues si no eran más buenos, por lo menos lo eran tanto como el vulgo de los mortales; y en cuanto a tino y seso para gobernarse y gobernar a sus hijos en el matrimonio, no se creía tampoco menos apto que los demás, y que, en último término, pasarían por donde otros pasaron.