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Todavía se cuentan con entusiasmo las pasadas que a sus patronas, sastres y zapateros han jugado algunos escritores de menor cuantía, y hay quien les admira por ellas más que por sus obras: quizá tengan razón, porque estos literatos tan chistosos para no pagar, no solían serlo tanto para escribir.

Su hermano mayor, Alejandro Miquis, que estudiaba Leyes, había muerto algún tiempo antes, de una enfermedad terrible. Augusto despuntaba, desde muy niño, por la Medicina, y jamás vaciló en la elección de carrera. Su padre le enviaba treinta y cinco duros al mes, y él sabía arreglarse. ¡Había tenido diez y siete patronas!

No parece que ocurriera á nadie hacerlo: las galeras zarparon al amanecer del día 16, pasando á Seco del Palo en espera de las naves y aun de las galeras rezagadas, en número de ocho, á saber: las cuatro de Malta, dos de Mónaco y las patronas de Doria y de Sicilia.

Isidro, después de rodar de una a otra casa de huéspedes, salvando los restos de su biblioteca de las patronas que le perseguían por irregularidades en el pago, tuvo que subir la pendiente de los Cuatro Caminos y refugiarse en la calle de los Artistas, pidiendo asilo al señor José.

Era como las vírgenes patronas de los pueblos: la tez, con pálida transparencia de cera, bañada a veces por un oleaje de rosa; los ojos negros, rasgados, de largas pestañas; el cuello soberbio, con dos líneas horizontales que marcaban la tersura de la blanca carnosidad; alta, majestuosa, con firmes redondeces, que al menor movimiento poníanse de relieve bajo el negro vestido. , era muy guapa.

Justa y Rufina, con los demás cofrades invitados al yantar con que se festejaban y festejaban á las Patronas de la Ciudad, que pecaba de sobrio, si lo comparamos con los refinamientos y exquisiteces de la cocina moderna, pues, ya vemos que los comensales se contentaron con pollos y gallinas, vaca, ternera, manjar blanco, frutas, vinillo de villarreal y de la sierra, suprimiendo, quizá por cara, la nieve, que ya entonces estaba muy en uso, no obstante que esta comilona tuvo que efectuarse en un mes de los estivales, á juzgar por las frutas que se sirvieron.

Además, ¡con qué íntimo regocijo no decíamos a nuestras respectivas patronas al salir de casa: «Si alguien pregunta por , decirle que estoy en la redacción... ya sabe V... en la redacción!» Y la boca al proferir esta palabreja mágica se nos hacía almíbar, como cuentan que le acaecía a cierto santo cuando pronunciaba el nombre de María.

Vio más lejos el convento de la Trinidad, en el mismo terreno que ocuparon las cárceles romanas; y el subterráneo en que tuvieron encerradas a las Santas Vírgenes Justa y Rufina, patronas de la ciudad. En este subterráneo se ha erigido un altar, en cuyo centro se conserva un pilar de mármol, al que estuvieron atadas las santas, y en que grabaron con sus débiles dedos una cruz que se ve todavía.

De ahí procedía la inquina. Merecía verse cómo se trataban esos dos buenos católicos y cómo ponían a sus patronas celestiales. ¡Está buena tu Inmaculada! ¡Pues mira que tu Santa Madre! ¡Buenas las corrió la tuya en Palestina! ¡Y la tuya, tan horrorosa! ¿Quién sabe lo que habrá hecho? Que lo diga si no San José.

El noble y excelente caballero D. Alvaro, viudo y con dos hijas gemelas que llevan por nombres los de las santas patronas de Sevilla, Justa y Rufina, viene a Cascotes a pasar la temporada de verano y a fin de reponer su muy quebrantada salud. Justa tiene por novio a un primo suyo llamado Paco Góngora, de quien está ella profundamente enamorada.