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No estaba tan maltrecho Sancho que no oyese todo cuanto su amo le decía, y, levantándose con un poco de presteza, se fue a poner detrás del palafrén de Dorotea, y desde allí dijo a su amo: -Dígame, señor: si vuestra merced tiene determinado de no casarse con esta gran princesa, claro está que no será el reino suyo; y, no siéndolo, ¿qué mercedes me puede hacer?

Don Quijote lo hizo, y hubo grandes comedimientos entre los dos sobre el caso; pero, en efecto, venció la porfía de la duquesa, y no quiso decender o bajar del palafrén sino en los brazos del duque, diciendo que no se hallaba digna de dar a tan gran caballero tan inútil carga.

Bien está, dijo la doncella sonriéndose, y comprendo lo que os pasa. La verdad es que os presentasteis tan repentinamente como lo hacen los juglares en sus comedias; fuisteis el valiente campeón que salva á la afligida dama en los momentos en que va á devorarla el horrible dragón. Pero venid, dijo incorporándose, llamando al halcón y arreglando como pudo sus mojadas ropas. Salgamos al claro y es muy probable que encontremos á mi paje Rubín con Trovador, mi palafrén, á cuya caída debo yo todos mis percances de este día y el haberme visto en manos del ogro de Munster. Pero hacedme la merced de darme el brazo; estoy más cansada de lo que creía y casi tan asustada como mi pobre halconcillo. Mirad cómo tiembla.

Y, pues no ha criado el cielo, ni visto el infierno, ninguno que me espante ni acobarde, ensilla, Sancho, a Rocinante, y apareja tu jumento y el palafrén de la reina, y despidámonos del castellano y destos señores, y vamos de aquí luego al punto.

La duquesa salió bizarramente aderezada, y don Quijote, de puro cortés y comedido, tomó la rienda de su palafrén, aunque el duque no quería consentirlo, y, finalmente, llegaron a un bosque que entre dos altísimas montañas estaba, donde, tomados los puestos, paranzas y veredas, y repartida la gente por diferentes puestos, se comenzó la caza con grande estruendo, grita y vocería, de manera que unos a otros no podían oírse, así por el ladrido de los perros como por el son de las bocinas.

Pasó implacable, como el tormento; pomposo y sombrío, como el tremendo holocausto que iba a presidir; rojo, como la hoguera. La luz matinal hacía resplandecer con viveza el sillón de plata repujada y todo el oro y el alfójar de la gualdrapa color de amatista que caía hasta los cascos del palafrén. Nadie osó romper con un vítor el respetuoso silencio.

Allí la caza del tiempo que se le antojaba a Vegallana del feudalismo; la castellana en el palafrén, el paje a sus pies con el azor en el puño levantado sobre su cabeza; la garza allá en las nubes, de color de yema de huevo; más atrás el amo de aquellos bosques, del castillo roquero y del pueblecillo que se pierde en lontananza.... En frente una escena de novela de Feuillet; caza también; pero sin garza, ni azor, ni señor feudal: un rincón del bosque, una dama que monta a la inglesa, y un jinete que le va a los alcances dispuesto, según todas las señas, a besarle una mano en cuanto pueda cogerla.... En otra parte una mesa revuelta; más allá un bodegón de un realismo insufrible después de comer.

Llegóse más, y entre ellos vio una gallarda señora sobre un palafrén o hacanea blanquísima, adornada de guarniciones verdes y con un sillón de plata. Venía la señora asimismo vestida de verde, tan bizarra y ricamente que la misma bizarría venía transformada en ella.

Salen por el tablado, con mucho ruido de chirimías y atabalillos, Príamo, rey de Troya, y el príncipe Paris, y Elena, muy bizarra en un palafrén, en medio, y el Rey á la mano derecha, que siempre de esta manera guardo decoro á las personas reales, y luego tras ellos, en palafrenes negros, de la misma suerte, 11.000 dueñas á caballo.» «Más dificultosa apariencia es esa que esotra, dijo uno de los oyentes, porque es imposible que tantas dueñas juntas se hallen.» «Algunas se harán de pasta, dijo el poeta, y las demás se juntarán de aquí para allí, fuera de que si se hace en la corte, ¿qué señor habrá que no envíe sus dueñas prestadas para una cosa tan grande, por estar los días que representaré la comedia, que será por lo menos siete ú ocho meses, libres de tan cansadas sabandijasHubiéronse de caer de risa los oyentes, y de una carcajada se llevaron media hora de reloj, al son de los disparates de tal poeta, y él prosiguió diciendo: «No hay que reirse, que si Dios me tiene de sus consonantes, he de rellenar el mundo de comedias mías, y ha de ser Lope de Vega prodigioso monstruo español y nuevo Tostado en verso, niño de teta conmigo, y después me he de retirar á escribir un poema heróico, para mi posteridad, que mis hijos ó mis sucesores hereden, en que tengan toda su vida que roer sílabas.

La impresión de aquellas aventuras estrafalarias fue para ella como un filtro hechiceril. Ya no pensaba sino en bizarro y generoso caballero que viniese a libertarla y la llevase lejos, muy lejos, en la grupa del palafrén.