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Cuanto de honda y humana poesía palpitaba bajo la costra del humilde boticario, se conmovía y agigantaba entonces, llenándole la mente de luz y el pecho de desconocidas sensaciones; y hubiera sido cosa digna de verse estampada en un papel, la imagen interior del vehemente y desapercibido Leto, perdido entre las evoluciones de su pensamiento, y por el ansia de analizarlos todos, volar de los más rastreros a los más altos, de los más grandes a los más pequeños; trastrocar las especies muy a menudo, y apurarse por lo nimio y vulgar después de haberse mecido sereno en las alturas de lo sublime.

Estaba encerrada en un óvalo que podría tener media vara en su diámetro mayor, y el aspecto de ella no era de mancha sino de dibujo, hallándose expresado todo por medio de trazos o puntos. ¿Era talla dulce, agua fuerte, plancha de acero, boj o pacienzuda obra ejecutada a punta de lápiz duro o con pluma a la tinta china?... Reparad en lo nimio, escrupuloso y firme de tan difícil trabajo.

En dos o tres ocasiones le pareció notar unas puntas de ironía, y acaso no se equivocase; pues en las ciudades pequeñas, donde ningún suceso se olvida ni borra, donde gira perpetuamente la conversación sobre los mismos asuntos, donde se abulta lo nimio y lo grave adquiere proporciones épicas, a menudo tiene una muchacha perdida la fama antes que la honra, y ligerezas insignificantes, glosadas y censuradas años y años, llevan a su autora con palma al sepulcro.

No sabría decir yo, cómo es que una particularidad de tan nimio valor pudo fijarse en mi memoria con la data precisa del año y hasta del día, hasta el punto de hallar su lugar en este instante en la conversación de un hombre más que maduro ya; y al citar este hecho como podría hacerlo con otros muchos, sólo me propongo hacerle notar a usted que algo se desprendía ya de mi vida externa y se formaba en cierta memoria especial muy poco sensible a la impresión de los hechos, pero de singular aptitud para fijar el recuerdo de las sensaciones.

Pero un nimio incidente, punzando su vanidad, lo arrastró de nuevo. El primer domingo, Nébel, como todo buen chico de pueblo, esperó en la esquina la salida de misa. Al fin, las últimas acaso, erguidas y mirando adelante, Lidia y su madre avanzaron por entre la fila de muchachos.

Abrevié la despedida cuanto pude, condensando mis expresiones de cordial agradecimiento hasta la avaricia, por temor a los lujos verbosos de la hermana de Neluco, que en lo más nimio hallaban causa para desbordarse; cabalgué de prisa deslizando en la mano del chicuelo que me tenía el estribo una moneda de plata sin que lo viera su madre, dádiva que le llenó de asombro y de zozobra hasta enrojecerle la cara y dejarle tambaleándose, por lo que le costó mucho trabajo abrirme la portalada; y en cuanto la vi de par en par, pagué con una sonrisa y una sombrerada los últimos ofrecimientos de la inagotable matrona; salí a la brañuca de afuera oyendo las despedidas de adentro «hasta la tarde»; piqué sin compasión al jamelgo, y tomé el camino río abajo como si me persiguieran lobos de rabia.

Adviértase, no obstante, que tales cambios inesperados de carácter en personajes, trazados por lo demás con nimio esmero y atención, son tan comunes en las comedias, romances y novelas españolas, que es preciso atribuirlo á la índole especial del pueblo, que sirve de tipo á estos retratos.

Nótese en el capitel africano del tiempo de Almanzor cuán brevemente pasó la ornamentacion del garbo á los primores, del brio á la timidez, del franco y libre perfilar al prolijo y nímio afiligranado, en cuyo minucioso ejercicio se perdió lastimosamente en las épocas sucesivas aquel gusto varonil que prometia al Occidente un renacimiento dichoso del arte antiguo seis siglos antes de venir al mundo los grandes genios del tiempo de Leon X.

Pero aguardaos un poco y oídme la última palabra, como ahora se dice: recorriendo con la vista la inconmensurable extensión de estos horizontes, y respirando el ambiente, medio terral, medio salino, que llena todo el panorama, y anima y engrandece el espectáculo de sus términos y detalles maravillosos, ¿no es verdad que se siente uno como más fuerte y más satisfecho? ¿que si se tienen penas se olvidan? ¿que si le dominan a uno rencores los acalla? ¿que si vacila entre lo cierto y lo falso, entre lo útil y lo pernicioso, entre lo nimio y lo grande, se le revela de pronto, y como por milagro, la verdad desnuda y clara? ¿que no nos asalta, en fin, una idea que huela a innoble, ni un deseo que no sea honrado?