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Ya habían traspuesto Benina y Almudena, en su tarda andadura, la línea de los Viveros, cuando la anciana vio pasar veloz como el viento, el jamelgo de Ponte, y comprendió lo que había pasado. Ya se lo temía ella, porque no estaba Frasquito para tales bromas, ni su edad le consentía tan ridículos alardes de presunción.

Me parece que segundo. Muchas gracias. No las merece. Volvió a salir. Al entrar en el coche, interrogó con ojos suplicantes a la generala, la cual se dignó hacer un signo afirmativo. Entonces dijo rápidamente al cochero: Huertas, 30... De prisa. Y se enderezaron a todo el correr del jamelgo hacia la casa de la generala.

Algunos carros cargados de hortalizas avanzaban lentamente rompiendo la corriente humana, y al sonar el pito del tranvía que pasaba por el centro de la plaza, la gente apartábase lentamente, abriendo paso al jamelgo que tiraba del charolado coche, atestado de pasajeros hasta las plataformas.

Reconoció al punto el jamelgo de Celesto. ¡Canario! ¿Qué habrá sucedido? ¡Si lo habrá matado! Y a toda prisa dio la vuelta y bajó hacia el sitio donde lo dejara. Celesto se encontraba en situación apuradísima.

Uno de ellos, más soleado que cuantos había dejado atrás, apareció de repente a mi vista en un vallecito, al pie de una ladera rapidísima, por la cual descendía mi jamelgo paso a paso entre un laberinto admirable de viejos y copudos robles que parecían puestos allí para mantener las tierras del monte adheridas a su esqueleto: tan agria era la cuesta.

Trasportaron a Pilar casi en brazos, del departamento a la berlina, y el cochero azotó al destartalado jamelgo. El comisionado se instaló en el pescante, no sin muchos encargos y explicaciones hechos antes al postillón del ómnibus.

Y daba pena ver como aquellos hombres elogiaban sus respectivas cabalgaduras, para que les fuese abonado mejor precio, haciendo cada uno la historia de su jamelgo, y recordando los trabajos y penalidades que tuvo que pasar para adquirirlo.

Una cómoda y ancha carretera había sustituido á la escabrosa y angostísima senda antigua: y en lugar de cabalgar sobre el peludo y escueto jamelgo que antes conducía por ella al viajero, tomé un mullido asiento en una de las diligencias que se han establecido entre Torrelavega y la villa de los tres Arzobispos.

Tales preocupaciones no me permitieron encontrar largo el camino y me creía aún muy lejos de C * cuando nos hallábamos en sus puertas. Nos dirigimos directamente a la estación, atravesando la ciudad con toda la rapidez de que eran capaces las piernas secas, de nuestro jamelgo. Como mi tío, no era ni corpulento ni delgado, habíamelo figurado alto y enjuto de carnes.

Pronunciadas estas palabras, que el concurso acogió con un redoble de hilaridad, el noble señor de las Matas de Arbín se llevó la mano á su sombrero de felpa, hizo un saludo digno del mariscal de Richelieu y montando de nuevo en su jamelgo dió la vuelta hacia su casa solariega. Aquella noche hubo fila, como todas, en el palacio del capitán.