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Soberana y majestuosa paz, unida al recogimiento de la hora vespertina, se elevaba de aquellas diáfanas lejanías al cielo puro, donde apenas de trecho en trecho leves nubecillas, semejantes a copos de algodón, se esparcían tiñéndose de oro.

Sus ojos volvieron a perderse al través del balcón abierto en las lejanías del horizonte inmenso. En vano tocó los recursos que en otras ocasiones habían surtido efecto para distraerla, los vestidos, los sombreros, las reformas de la casa, los coches. Elena permanecía absorta, ensimismada, sin dignarse siquiera volver la cabeza.

Roto, despedazado y recogido así el velo que me había ocultado la realidad del panorama, se destacó limpia y bien determinada la línea de la costa sobre la faja azul de la mar, y aparecieron las notas difusas de cada paisaje en el ambiente de las lejanías y en los valles más cercanos: las manchas verdosas de las praderas, los puntos blancos de sus barriadas, los toques negros de las arboledas, el azul carminoso de los montes, las líneas plateadas de los caminos reales, las tiras relucientes de los ríos culebreando por el llano a sus desembocaduras, las sombrías cuencas de sus cauces entre los repliegues de la montaña... Todos estos detalles, y otros y otros mil, ordenados y compuestos con arte sobrehumano en medio de un derroche de luz, tenían por complemento de su grandiosidad y hermosura el silencio imponente y la augusta soledad de las salvajes alturas de mi observatorio.

Su aspecto, su ademán, todo en ella denunciaba la completa enajenación del ánimo, y su mirada se perdía en dulcísimas lejanías, llenas de ensueños peregrinos. En un ser concentró todos sus anhelos, todas las vagas aspiraciones de su alma candorosa y primitiva, complaciéndose en adornarlo con las perfecciones y bellezas que en la suya propia se anidaban.

Miró entonces por la ventana y vio a una mujer sentada al piano. Llegó a sus oídos al mismo tiempo una música en sordina y el susurro de un canto a media voz. Es de Tristán murmuró quedamente Ojeda en su oído . El lamento desesperado de Iseo. Los dos permanecieron en silencio a ambos lados de la ventana, escuchando el canto que venía del interior con lejanías de ensueño.

Tengo motivos para creer que la imaginación es su facultad predominante. Un día que dábamos un paseo por la Moncloa se nos acabó el tabaco. Era otoño. Sindulfo cogió un puñado de hojas secas de chopo, las estrujó y las metió en su pipa. Después dejó errar su mirada por las lejanías de El Pardo, añorando sin duda los bosques vírgenes del Arauco.

Entre tanto, yo no podía apartar los ojos del archipiélago en el cual me iba forjando la fantasía todo cuanto puede concebirse en materia de líneas y de formas: el templo ojival, el castillo roquero, la pirámide egipcia, el coloso tebano, el paquidermo gigante... No había antojo que no satisficiera la imaginación a todo su gusto en aquellas sorprendentes lejanías.

Pero lo que más profundamente conmovió todo mi ser fue oír en los linderos del bosque, al margen del prado y allá abajo en los juncales del río, llamamientos angustiosos, tristes y diseminados, que, no siendo contestados por nadie, iban a perderse en las lejanías del espacio. EL SE

Tal era, sobre poco más o menos, la parte que a Domingo le correspondía en la vida pública de su país natal: administrar una pequeña comuna perdida en las lejanías de todo gran centro, encerrada entre marismas, apretada contra el mar que roía sus costas y le devoraba cada año algunas pulgadas del territorio; velar por la conservación de los caminos y procurar la desecación de los terrenos inundados periódicamente; preocuparse de los intereses de muchas personas para las cuales eran necesarios a las veces el arbitrio benéfico, el consejo o el juez; impedir las disputas y poner óbice a los pleitos, causa y efecto de discordias; prevenir los delitos; cuidar con sus propias manos y ayudar con recursos de la propia gaveta; dar buenos ejemplos en materia agrícola; hacer ensayos ruinosos para animar a los tímidos en la senda de los progresos útiles; experimentar a todo riesgo en tierra propia y con dinero propio como un médico ensaya en su cuerpo un medicamento a riesgo de la salud; y todo eso hacerlo con la mayor naturalidad, no como una servidumbre, sino como un deber de posición social, de fortuna y de nacimiento.

El absoluto desprendimiento de ciertas cosas, ¿no permitiría alguna mirada sobre las lejanías de lo que no se confiesa? ¿Y cuál será el corazón bastante seguro de mismo para responder de que nunca se deslizará un recuerdo penoso entre la resignación, que depende de uno mismo, y el olvido, que sólo llega al cabo del tiempo?