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Tan sólo al salir de la calle Real asomó curiosamente la cabeza, y sus ojos buscaron a lo lejos la famosa terraza del Petit-Club, más familiarmente Baby, que domina toda la Plaza de la Concordia y es punto de reunión y observatorio predilecto de la haute gomme parisiense.

Entonces fue cuando me puse a mirar, con verdadera y reposada atención, el consabido cuadro «desde lejos». Como «obra de arte», me parecía bellísimo; como realidad, no tanto; pero había que tener en cuenta la luz y los «adherentes» que me deslumbraban algo en mi observatorio, y la incesante y maléfica labor de los diablejos empeñados en que yo no saliera de Madrid y volviera a las andadas.

Pero no sabes, amigo, que no se trata de aventuras galantes ni de amores a la ligera. Nada de rayos. La que amo es Luciana Grevillois, a la que conozco hace mucho tiempo; desde antes de la muerte de su padre, que falleció de repente, hace tres años, en el Observatorio, cuando estaba estudiando con su telescopio un eclipse de luna. Todos los periódicos hablaron de esto.

Todavía mis ojos cuentan uno por uno sus palacios y casas principales, y descollando sobre todas, la de Dios, la Catedral. Pues con ser muchas y grandes estas maravillas que usted vio, aun pueden verse más y mayores. Buena ocasión de ello tiene usted ahora, porque el observatorio está menos lejos de aquí que de Tablanca, y yo me brindo con mucho gusto a servirle a usted de guía.

Atravesando en calles espirales el jardín, y un puente de madera echado sobre altas rocas, se llega al observatorio astronómico y la iglesia de Nuestra Señora de Fourvières, cuyo alto campanario es el mirador mas precioso que conseguirse puede. Al encontrarme en ese campanario, cerca del cual pasa el ferrocarril por un famoso túnel, me sentí pasmado de admiracion.

María Teresa se estremeció como sorprendida en falta, pero reponiéndose: ¡Hola! ¿eres , Diana? respondió sin moverse de su observatorio. Entras como rayo de sol, sin hacer ruido... ¿Y qué ves venir? ¡Nada! Espías simplemente la llegada del que esperas. María Teresa, un poco abochornada, se ruborizó.

Se ignora qué talismán poseía el Duque para que ni un átomo de polvo, ni una gota de agua manchasen nunca sus inmaculados pelos. Añádase á esto que siempre fué un misterio profundo la salud inalterable de un paraguas de ballena que le conocí toda la vida, y que mejor que el Observatorio podría dar cuenta de todos los temporales que se han sucedido en veinte años.

¡Oh! exclamó al fin, retirándose de su observatorio con la cara radiante de alegría y andando presurosa hacia la puerta de salida , por misericordia de Dios, hay pa ratu. ¿No era bien singular y extraño todo aquello?

Arriba no hallareis en la ciudad, cotada por los boulevards de Waterloo, del Regente, del Observatorio y del Jardin Botánico, sino palacios y edificios magníficos, sea al derredor del Parque, sea orillando la hermosísima Calle Real, sea recorriendo el espléndido barrio de Leopoldo, enteramente nuevo y aristocrático, llamado el West-End de Brusélas por comparacion al de Lóndres.

Y a todo esto, el patio y sus tejados, y el terreno de afuera, y las zarzas y los helechos y la baranda del balcón, en fin, cuanto se veía o se palpaba desde mi observatorio, húmedo, reluciente y goteando. No habiendo cosa más risueña en que poner la vista por aquel lado, fuime a la otra fachada, la que correspondía al claro frontero a mi alcoba.