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Actualizado: 4 de junio de 2025


Veamos en qué para esto. Pero mi madre viene; y si te ve aquí en acecho... Ni esta consideración me hizo apartar de la estancia que nos servía de observatorio; pero afortunadamente doña María no entró por allí, y pasando primero a su alcoba, penetró por esta a la funesta habitación donde ocurriera el sainete que iba a terminar en tragedia.

Y con esto abandonó el observatorio sin esperar mi respuesta, y salió del gabinete casi batiendo las palmas y con una agilidad desconocida en ella mucho tiempo hacía. Yo me quedé ¿a qué negarlo? haciendo votos porque los barruntos no fallaran; después medité un rato sobre los sucesos que podrían ocurrir aquella noche; y con el esbozo de un plan en la cabeza, dejé mi cuarto y pasé al de mi tío.

Hacía más imponente el cuadro el contraste de la luz del sol iluminando gran parte de los altísimos peñascos más próximos y reluciendo a lo lejos sobre las veladuras de los Picos, con la tétrica penumbra del fondo de aquel brocal enorme, cuyo lado más bajo me servía a de observatorio.

Allí, las calles tiradas á cordel y cortadas en ángulos rectos, las estatuas monumentales, los edificios de hermosas fachadas, los museos de todo género, las bibliotecas, el Observatorio astronómico, los preciosos jardines Botánico y Zoológico, en fin, cuanto manifiesta los progresos recientes, la vida política, intelectual y artística, la elegancia y el comfort, sin perjuicio de la sencillez.

Si el patrón de la lancha de que son socios mis vecinos les debe algo, desde sus balcones lo dicen, y en los mismos discuten el medio de cobrarlo. Por el balcón recibe Tremontorio las consultas que se le hacen sobre el tiempo; por el balcón las contesta, y el balcón es su observatorio.

No había allí más muebles que la silla que servía de observatorio al rey Buby, un cesto de pan vacío, colgado del techo á la altura de la mano, y en el rincón menos expuesto á la intemperie, una cama de pajas y de trapos, en que dormían abrazados Gilito y su madre.

Más de media hora empleó el Magistral en su observatorio aquella tarde.

Contemplando desde la sierra lo que se veía del panorama del Puerto, habíame comparado yo, por la fuerza del contraste, con un mísero gusanejo; pero al hallarme en el observatorio de más adentro, ¡qué cambio tan radical y tan súbito de ideas, y cuán extrañas las impresiones recibidas!... Creo que fue de espanto, de frío y de «arrepentimiento» la primera, y estoy seguro de que fue de melancolía la segunda, como lo estoy también de que la siguiente me infundió la sensación de lo que tenía a la vista, de tal modo y con tal intensidad y fuerza, que hubiera jurado yo que circulaban por mis venas líquidos pedernales, y era mi cuerpo una estatua de granito coronada con manojos de «loberas» y acebuches.

Temía que Aurelia no viese tan clara como él la semejanza y le arrancase parte de su ilusión. Dos o tres veces a la semana, Clementina solía salir a pie por la tarde, como el día en que por vez primera la vimos. Raimundo, desde el mirador de su gabinete de la calle de Serrano, convertido en observatorio, espiaba su llegada.

Tales extractos, redactados, en tablas donde resaltan los hechos concordantes, dieron por resultado algunas reglas y generalidades. Un congreso de marinos, reunido en Bruselas, resolvió que las observaciones, á partir de aquel momento anotadas cuidadosamente, serían centralizadas en un mismo depósito, el Observatorio de Wáshington.

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