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Pero lejos de indignarse, rompía en elogios del tío Alcaparrón, un hombre de iniciativas que, cansado de pasar hambre en Jerez y verse en peligro de ir a la cárcel siempre que se extraviaba un asno o una mula, se había echado al hombro la guitarra, no parando con todo su «ganao», como él llamaba a las hijas, hasta el mismo París.

La señorita de Brenay puede ser encantadora, no digo que no dijo categóricamente la Bonnetable, pero es gastadora hasta el extremo... Y después, esa pretensión a millones cuando se tiene un dote modesto... No es tan modesto un dote de 20.000 pesos exclamó la de Aimont pronta a indignarse.

La bondad del Nacional, su alma simple, pronta a indignarse, sublevábase ante la mohosa ferretería y las cruces verdes. ¡Hombre, y aún hay quien dice!... ¡Por vía e la paloma!... Aquí quisiera yo ve a argunos. Un afán de proselitismo le hacía exhibir sus creencias en todas ocasiones, sin miedo a las burlas de los compañeros. Pero aun en esto mostrábase bondadoso, sin asomos de acometividad.

Por muy alta idea que en Lancia tuviesen del poder del dinero, nadie imaginaba que fuese poderoso a realizar semejante empresa. ¡Casar a la joya de la provincia con este oso colorado! A la niña le produjo pasmo e indignación. Luego lo tomó a broma. Luego volvió a indignarse. Después tornó a reírse.

Al ver los heridos y al tener noticia por las breves palabras de algún soldado del incidente de don César, los curiosos ciudadanos se creyeron en el caso de indignarse, y contentándose al principio con manifestarse unos a otros sus pensamientos hostiles, concluyeron por vomitar furiosas injurias contra los presos, apostrofándoles en voz alta, como si todos hubieran recibido de ellos algún agravio.

Pero su digestión de esquimal harto no le permitía indignarse, y escuchó con expresión amable a su hermana, que, inclinada sobre él, apoyándose en su misma butaca, le hablaba mimosamente, como si fuese una niña. Hay que seguir las costumbres, Juan; si no, los criados, en vez de respetarla a una, se encargan de desacreditarla.

Este encuentro, que se repitió muchas veces, siempre que pasaba Amaury por la calle de Angulema, le hizo indignarse en sumo grado, pues habría razón para pensar que muy grande y manifiesta debía ser la preferencia de una dama para que un hombre tan tímido como Felipe venciese su natural poquedad con tan inusitado atrevimiento. ¡Cómo creer aquello en Antoñita!

Todo esto lo aprobaba Pez con frase no ya decidida sino vehemente, y llegó a indignarse, increpando duramente a su amigo por mezquindad tan contraria a las exigencias sociales... «Ese hombre no conoce que su propia dignidad, que su propio decoro, que su propio interés... ¿Cómo ha de hacer carrera un hombre semejante, un hombre que así discurre, un hombre que de este modo procede?...». Rosalía se extendió aún más en el terreno de las confidencias, no callando las agonías que pasaba para ocultar a Bringas las pequeñas compras que se veía obligada a hacer... «A veces, no sabe usted lo que padezco; tengo que mentir, tengo que inventar historias...». Tan caballero era Pez y tan noble, que después de compadecer a su amiga con toda el alma, se brindó a prestarle su desinteresada ayuda si por las incalificables sordideces de Bringas se veía ella en cualquier situación difícil... «O hay amistad entre los dos, o no la hay; o hay franqueza, o no.

El se adelantó sin vacilar y pidiole que le excusara, pues el sol estaba tan en su fuerza que había entrado a guarecerse a la sombra y descansar un momento del pesado fardo que llevaba. Ramiro quiso indignarse, pero el bien del sustento le ablandaba la voluntad.

Y el marino reía al pensar en esta unión. Los parientes de Jaime iban a indignarse contra él, negándole para siempre el saludo. Más tolerantes se mostrarían si cometía un asesinato. Su tía «la Papisa Juana» iba a chillar como si presenciase un sacrilegio.