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Dijo más el cura: que, pues ya el buen suceso de la señora Dorotea impidía pasar con su disignio adelante, que era menester inventar y hallar otro para poderle llevar a su tierra. Ofrecióse Cardenio de proseguir lo comenzado, y que Luscinda haría y representaría la persona de Dorotea.

En lo primero en que se le vio el genio fue en su gusto por las baladas antiguas, y en su facilidad extraordinaria para inventar historias.

Andrea Gonzaga estaba con determinación de no partir de allí sin tener respuesta del Duque. Á los 20 del mes se comenzó á publicar una nueva, sin cierto autor, que las galeras habían pasado á los Gelves sin haber reposado en Malta, mas de tomar gente y municiones. Esta nueva debieron de inventar los zaragozanos ó los de aquellos contornos, por hacer ir de allí las naves.

Baste saber que allí se veía reunido de cuanto había podido inventar el lujo asiático de entonces y de cuanto la activa solicitud de los navegantes fenicios había podido traer de todas las comarcas a que solían ellos aportar, desde las bocas del Indo hasta las bocas del Rhin, puntos extremos de sus periplos o navegaciones.

Todo esto lo aprobaba Pez con frase no ya decidida sino vehemente, y llegó a indignarse, increpando duramente a su amigo por mezquindad tan contraria a las exigencias sociales... «Ese hombre no conoce que su propia dignidad, que su propio decoro, que su propio interés... ¿Cómo ha de hacer carrera un hombre semejante, un hombre que así discurre, un hombre que de este modo procede?...». Rosalía se extendió aún más en el terreno de las confidencias, no callando las agonías que pasaba para ocultar a Bringas las pequeñas compras que se veía obligada a hacer... «A veces, no sabe usted lo que padezco; tengo que mentir, tengo que inventar historias...». Tan caballero era Pez y tan noble, que después de compadecer a su amiga con toda el alma, se brindó a prestarle su desinteresada ayuda si por las incalificables sordideces de Bringas se veía ella en cualquier situación difícil... «O hay amistad entre los dos, o no la hay; o hay franqueza, o no.

Sostiene con toda seriedad el beneficiado y traductor que lo hace para moralizar el mundo, el cual andaba tan pervertido en su época como en aquella edad remota en que Dios envió el diluvio universal para castigarle. Pero la divina justicia, según lo entiende el beneficiado, no gusta de repetir, sino de variar y de inventar nuevos castigos cuando hay pecados nuevos.

Creo que alguien, no dónde, ha emitido esta idea; tal vez la haya leído ayer mismo, pero no es plagio; la hubiera podido inventar. No obstante, así que mi imaginación se apacigua, un pánico irresistible se apodera de mis alegres ideas, y corren, vuelan, se escapan y desaparecen a menudo, sin que yo pueda alcanzarlas.

Se hacía necesario inventar cuanto antes otra cosa, porque los empresarios no se arriesgaban ya a contratar un espectáculo tan gastado, y ella no se decidía a abandonar su querido París... Mejor dicho, su marido o amigo, el lindo Raguet, era quien no le permitía abandonar a París. Este Raguet era un parisiense incurable.

Y concluye estampando que las armas del linaje de los Pizarro son: «escudo de oro y un pino con piñas de oro, acompañado de dos lobos empinantes al mismo y de dos pizarras al pie del trono». Estos genealogistas se las pintan para inventar abolengos y entroncamientos. ¡Para el tonto que crea en los muy embusteros! Acerca de la bandera de Pizarro hay también un error que me propongo desvanecer.

Tendré que inventar una mentira. ¡Bah! una más, ¿qué importa?... Y los otros allá... a sus anchas.... Podrán, si quieren, cometer sus torpezas delante del mismo idiota del marido.... Oh, ¿quién es aquí el marido? ¿Quién es aquí el ofendido? ¡Yo, yo! que siento la ofensa, que la preveo, que la huelo en el aire... no él que no la ve aun puesta delante de los ojos...».