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Tengo por muy cierto, que este levantamiento fué fingido por Andronico, por dar alguna razon aparente para sacar los nuestros de Asia, de quien temió siempre, que acreditados con tantas victorias se alzarian con ella, negándole la obediencia, y para obligar más á Roger, le puso delante el peligro de su cuñado.

El simpático y calumniado mono sólo tenía la importancia de un primo hermano que no ha hecho carrera, de un pariente desgraciado y ridículo al que se deja en la puerta fingiendo ignorar su apellido de familia, negándole el saludo.

Diríase que la Providencia cristiana, no menos caprichosa a veces que la pagana Fortuna, se había propuesto abrumarle de bienes positivos, negándole los que su corazón apetecía, y le colmaba de frutos riquísimos sin dejarle ver y gozar la flor hermosa del amor. Desde la visita al palacio de Aransis empezó la tal Providencia a divertirse con él.

Conoció al conde cuando éste acababa de perder a sus padres; se dejó abrazar varias veces en la penumbra de un pasillo, negándole siempre otros favores; y un día, entre los enojos de una sesión de celos y las alegrías de una reconciliación, hizo que su madre dijese al muchacho: «Pronto nos darán Vds. un buen díaPoco después de la boda el conde tiró por un lado, la mujer por otro, y hoy viven en la mejor armonía, ella disponiendo sus martes, y él amueblando casa distinta cada año a una traviata de moda.

Era una precursora de los invernantes actuales, una joven contemporánea de Lord Byron, seducida por la belleza del Mediterráneo y de unas montañas sin caminos, casi inexploradas. Al morir, la habían enterrado en el promontorio desierto, por ser protestante. Los pescadores y los cultivadores de esta costa solitaria repelían al extranjero, negándole hospitalidad hasta en sus cementerios.

Y el marino reía al pensar en esta unión. Los parientes de Jaime iban a indignarse contra él, negándole para siempre el saludo. Más tolerantes se mostrarían si cometía un asesinato. Su tía «la Papisa Juana» iba a chillar como si presenciase un sacrilegio.

Entonces el cacique juntó á todo el pueblo en la plaza y le reprendió con palabras muy sentidas el que hubiese alguno de ellos mentido y engañado al P. Misionero con decirle que había en sus tierras los parajes y comodidades ya dichas para fundación; y les añadió que quedaba muy avergonzado de que hubiesen dado ocasión para que el Padre juzgase que él le engañaba, negándole lo que ellos mismos tanto deseaban; y por fin mandó á todos que obedeciesen en todo á la voluntad del P. Miguel.