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¡Oh! ¡! me ha bastado con lo que Amparo me ha dicho de usted, y con verle después una sola vez, para comprenderle: tiene usted el alma virgen, sedienta, cansada de un mundo donde no vive bien: hastiada de todo, escéptica, porque ha perdido la esperanza, y ha encontrado usted en Amparo algo de lo que buscaba y no había podido encontrar. ¡Lo ha encontrado usted de noche, recogiendo los despojos del lujo y de la miseria, teniendo por único amigo un perro, por único amparo Dios!

Le he invitado a comer para esta noche dijo a Laura. ¡Y es todo un novio el que te anuncio! agregó bromeando. Laura se había puesto escéptica en materia de novios. Pensaba que no se casaría, ella que naciera madre, por sus sentimientos, de todo ser que necesitase su auxilio o protección.

¡Pobre muchacha! ¡Eso nada significa! contestó la escéptica Catalina. No puede una nunca decir nada de estos hombres... ¡Son tan falsos! Además, yo siempre tengo tan mala fortuna. ¡Pues... Catalina! comenzó Carolina. ¡Silencio! La señora va a decir algo dijo Catalina, con una sonrisa. Las educandas harán el favor de prestar atención dijo pausadamente una voz indolente.

Juzga el año terrible, el cruento 93, como juzgaba San Germán las proscripciones de Sila y las matanzas de Nerón. Con escéptica mirada ha presenciado el desfile de los asesinos, de los septembristas, y de los guillotinadores, primero en carro y luego en carreta.

Luego quiso seducirla un cura, y se hizo escéptica. ¡Con qué poco se pierde la fe! ¡Bah! Aquello pasó... Ya tenía yo olvidado el Madrid de por la mañana. Lo mismo está hoy que cuando iba yo a la Universidad.

Sigue a esto un bellísimo soliloquio de Fausto en un bosque. Fausto vacila. Orgulloso de verse amado, a pesar del ardor violento de los sentidos, piensa, por el amor que Margarita le infunde, que debe apartarse de ella, a fin de no perderla y engañarla. Conoce que sólo puede darle un alma escéptica y gastada, en cambio de su alma juvenil y pura.

El licor brillaba con reflejos de topacio engastado en oro. «¡Cómo lo miras, bribona! pensó la escéptica y observadora doña Lupe . Esa es la Eucaristía que a ti te gusta, el Pajarete...». Y viéndoselo tomar, decía la muy picarona: «Eso, saboréate bien, y relámete. No lo hacías así cuando recibías a Dios...».

Despertó al sentir sobre su frente la mano de su amante esposo, que había subido a comer, y enterado de que estaba indispuesta, se asustó mucho, Doña Lupe quiso hacerle concebir esperanzas de sucesión; pero él, moviendo la cabeza con expresión escéptica y desconsolada, entró en la alcoba y le palpó la frente a su mujer. «Hija de mi vida, ¿qué tienes?».

Respiraban tal vivo entusiasmo por las glorias del catolicismo, una fe tan ardiente y cierta frescura de corazón, que rara vez suelen hallarse en la escéptica juventud del día.

Marta miraba al italiano con curiosidad maliciosa. «¡Cosas del mundopensaba la alemana, que en el fondo, para sus puras soledades, era más escéptica que Sebastián. «¡Este aquí como si nada le importara, y el otro infeliz!...». Minghetti seguía mojando bizcochos y bebiendo Málaga. Acabó por fijarse en la mirada insistente y expresiva de Marta.