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La vegetación poderosa, el aire puro de la montaña, el canto de multitud de pajarillos y la vista de los ondulantes prados que más allá de Salisbury se divisaban, eran espectáculo tan nuevo como interesante para Roger, que hasta entonces había vivido en la costa. Respiraba con delicia y sentía que la sangre corría con más fuerza por sus venas.

El viento frío, los pitos arromadizados, el humo de las chimeneas, el movimiento de las máquinas, las mismas ondas ventrudas de aquel mar estañado, el vapor que caminaba rumbo a la gran bahía, todo decía: all right. Entre las brumas se divisaban islas y barcos.

Pero no veían las montañas más que de lejos: divisaban sus blancas cimas á través de desgarradas nubes y se las figuraban tanto más bellas cuanto más salvajes y más difíciles de recorrer eran las llanuras de la base.

Cuando acertaban á darles en la cara, la muchedumbre aplaudía con entusiasmo. Otros, de pie sobre las banquetas de los coches con una botella en la mano y una copa en la otra, servían manzanilla á los conocidos que divisaban. ¡Velázquez! ¡Eh, Velázquez! El majo vió un máscara que desde lo alto del coche le ofrecía una copa de vino y se acercó. Ven acá, valiente.

Desde el Tormes subimos á visitar al ya citado señor chantre D. Camilo Álvarez de Castro, cuya casa y huerto se divisaban á una grande altura sobre nuestra cabeza, pues se apoyan en la antigua muralla de Salamanca y tienen vistas al río. Nunca olvidaremos aquella visita.

Pronto se hizo menos espesa la arboleda y por fin se presentó ante su vista una gran pradera en la que pastaban hermosas vacas; más allá se divisaban numerosas piaras de cerdos y por el centro del llano corría un ancho arroyo. Rústico puente conducía á un camino que llevaba en derechura hasta la puerta de un vasto edificio de madera que Roger contempló con emoción profunda.

Las horas pasaban; a unos campos sucedían otros monótonamente iguales, repitiéndose sin cesar los accidentes del terreno, pareciéndose siempre en algo los caseríos, las granjas, los rediles vacíos, mientras sobre las lomas o en los cerros se divisaban, como puntos inquietos blancos y negros, las ovejas y cabras que corrían acosadas por los celosos perros.

Aquellas calles estrechísimas, tortuosas, desiguales; aquellos patios de jaspeadas columnas atestados de flores, que se divisaban al través de las cancelas, formando contraste con la modesta apariencia de las casas; el filete de cielo azul resplandeciente que se veía allá arriba, forzando con su viva luz irresistible la angostura de las calles; la animación y el ruido que por todas partes reinaban, despertaron en mi alma una alegría que jamás hasta entonces había sentido: la alegría del sitio.

Por fin llegaron los arqueros á un lugar de la sierra desde el cual se divisaban en el lejano horizonte las torres de Pamplona, y allí se detuvo la Guardia Blanca, en cumplimiento de las órdenes del príncipe. Los altos montes estaban cubiertos de nieve y los arqueros se acomodaron lo mejor que pudieron en una aldea vecina.

Por esto pues, la órden de marchar, y estando ensillando me dieron aviso de que por la orilla opuesta del rio se divisaban seis indios, con lo que hice salir una partida en su alcance, mandada por el Comandante del Fuerte de San Carlos, D. Francisco Esquivel y Aldao, quien por mas que se empeñò no les pudo dar alcance, pues se habian ya retirado aquellos á los cerros.