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Don Camilo, en un grupo, conversaba con los padres de Valentina; Martín, que se había separado de ellos, porque era gran fumador, echaba, escondido entre los árboles, grandes bocanadas de humo. Valentina y yo mirábamos la noche que empezaba a caer, desde una glorieta formada por madreselvas y jazmines que quedaba a un extremo del jardín. ¿Ha estudiado astronomía usted, Julio? me decía.

Entonces, un sueño espantoso pasó por mis ojos. Me vi trasladado a los tiempos del colegio. En la puerta de calle vi a Valentina que parecía esperarme. Era el día de su santo. Llegué a su casa, le di el ramo de jazmines que llevaba para ella: me inquietó la presencia de don Camilo en la mesa.

Camilo vuelve una y otra vez sobre las admirables páginas, y ora derrama lágrimas de ternura, ora centellea en sus ojos el mas vivo entusiasmo. «Esto es inimitable, exclama, es imposible leerlo sin conmoverse profundamente! ¡qué belleza de imágenes, qué fuego, qué delicadeza de sentimientos, qué propiedad de expresion, qué inexplicable enlace de concision y abundancia, de regularidad y lozanía!» «¡Oh! , le contesta Eustaquio, esto es muy hermoso; ya nos lo habian dicho en la escuela; y si lo observas, verás que todo está ajustado á las reglas del arte

Pasemos por alto la comida; don Camilo se sentó al lado de la señora y Valentina me dio la silla inmediata a la suya. Yo estuve hecho un necio durante toda la mesa; la alegría bulliciosa de Valentina me llenaba de tristeza; aun me parecía que se burlaba de , cuando su boca, no muy correcta por cierto, pero llena de gracia, dibujaba en su rostro aquella sonrisa que le era tan peculiar.

La poética criatura se había casado con don Camilo, pocos meses antes y era feliz, muy feliz. Don Camilo tenía una renta considerable, era hombre público y hasta hombre distinguido. ¡Sentí la desesperación, la horrible desesperación que se siente ante lo imposible, ante la muerte, ante lo irremediable, y pensé si el alma podría arrancarse del cuerpo y arrojarse como inútil estorbo de la vida!

Valentina no toma nada con seriedad; cada vez que la embroma, se ríe a carcajadas, y al pobre don Camilo le hacen tal efecto las risas que se queda como un muerto, de triste, siempre que mi hermana se ríe de él. Sentí toda la rabia ponzoñosa de los celos... ¿Valentina de otro?... ¡Pero eso no era, no sería posible!

Camilo percibe lo que hay en el pasaje, Eustaquio no; y sin embargo aquel discurre poco, apénas analiza, solo pronuncia algunas palabras entrecortadas, miéntras este diserta á fuer de buen retórico.

Hubo al otro día en la casa de la Albornoz congreso de ofendidos, y la altiva dama adoptó por suya la respuesta de Marat a Camilo Desmoulins y Freron, cuando le proponían estos refundir el periódico de ellos, La Tribuna de los Patriotas, en el suyo, El Amigo del Pueblo: «El águila va siempre sola; los pavos forman manadas». Ella era el águila y las demás señoras los pavos; Butrón era el pavero.

Vea me dijo dicen que aquella estrella es la estrella del amor... agregó señalando a Venus que titilaba como un diamante suspendido en el cielo. ¿Quién se lo ha dicho a usted? ¿don Camilo?... le pregunté. ¡Ja, ja! con qué tono me lo pregunta usted... ¿Cree usted que don Camilo tiene tiempo para fijarse en el cielo?... ¡Cómo no! ¿No se ha fijado en usted?

¡Ay! que antiguo está usted, Julio, por Dios; eso es un requiebro... Retírelo, por Dios... Y prorrumpió en una larga carcajada que me penetró en el pecho como un puñal. Valentina; ¿es cierto que usted se casará con don Camilo? le pregunté en voz baja, pero resuelta. Eh, todo puede ser, pero lo que es por ahora no lo pienso. Puede ser, ¿dice usted?... ¿Y por qué no?