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Lo mismo que para apreciar la salud es preciso haber estado enfermo, así para comprender ciertos problemas de la vida, hay que ir á leerlos á los azules desiertos, misteriosos y dilatados dominios que no se sujetan á más ley que á la de Dios, ni reconocen más soberanos que al gigante del día que deshace en perlas sus brumas, y á la tímida sultana de la noche, que muestra su influencia en esos misteriosos besos en que las ondas elevan hacia el á su espuma, cual si fueran los brazos del amante, que buscan á su amada.

Soberanamente fastidiado siempre con las espesas brumas, la vida uniforme y el aislamiento geográfico de su opulenta isla, el Inglés es eminentemente cosmopolita, por razon higiénica, por genio y tradicion, y por curiosidad, frecuentemente pueril.

El temor de ser otra vez abandonados, de ver a sus defensores en retirada al llegar el día, les tenía mudos de espanto. Mientras tanto, comenzaba a nacer el día; el pálido crepúsculo se asomaba tras las negras cumbres; algunos rayos descendían hasta los valles tenebrosos, y media hora después se plateaban las brumas del abismo.

aquí tambien el egoismo. Pero hay otro período en que el viejo tiene la conciencia de que se muere, en que siente morirse; conciencia depurada á fuerza de dolor, como vemos que el humo de una hoguera se va depurando á fuerza de arder: el viejo pierde la sensacion grosera, como el fuego pierde el humo negro, á proporcion que se va quemando la parte leñosa del combustible: su oído se dispone á escuchar otras armonías; la soledad misteriosa y profética del sepulcro hiere su corazon; piensa en esto como se oye una poesía ó un canto á lo léjos, entre las brumas de una noche tranquila: la cara del anciano adquiere una expresion ingénua, inocente, diáfana: su aliento parece ser un soplo más sutil que el aire de la atmósfera, un soplo que sube como el aroma de las flores: mira, y ante sus ojos parece agitarse el velo religioso que nos oculta cómo se vive más allá!

Los hombres que formaban la partida vivaqueaban en los alrededores; a sus pies se descubrían Grand-Fontaine y Framont, presos en una estrecha garganta; más lejos, en la curva del valle, Schirmeck y los viejos residuos de ruinas feudales; por último, en las ondulaciones de la montaña, el río Bruche se aleja haciendo zigzags entre las brumas grises de Alsacia.

Salió de la corte en un tren mixto, que se arrastraba torpemente como reptil enorme condenado a recorrer siempre el mismo camino, saludando con silbidos estridentes los mismos lugares, deteniéndose ante los mismos sitios, hasta que al cabo de veinte horas de viaje llegó a la estación más cercana a su pueblo, para ir al cual había de atravesar una dilatada llanura, a cuya extensión ponían límite varias colinas que se divisaban a larga distancia, veladas por flotantes brumas.

Las aguas lanzadas de una á otra orilla bañan el pie de la última colina y reflejan las torres de la última ciudad. Ya el humo que se levanta de las casas se confunde con las lejanas brumas, y en las orillas, pobladas de árboles de dorada corteza, no aparecen más que cabañas y raras quintas medio ocultas en la verdura.

Macilentos, escalofriados, somnolientos y doloridos, principiamos á ver el cómo se retiraban las sombras á sus antros y el cómo la aurora abría las puertas al día. El sol apareció en los cielos, y nos mostró entre ligeras brumas el monte Soledad, á cuya falda se asienta el pueblo de Mauban. A las ocho de la mañana llegamos á aquel.

Las temibles nieblas del Salto se disipan ante él y las brumas cándidas se tornasolan en los infinitos cambiantes de un iris vívido y esplendoroso. Las aguas del Salto caen a lo lejos, desde la altura en que nos encontramos, hasta el valle que se extiende en la profundidad, en una ancha cinta de una blancura inmaculada, impalpable. Todo es vapor y espuma, nítida, nívea.

Un torrente de lágrimas salió de mis ojos al pronunciar estas palabras: un torrente de lágrimas dulces, como son siempre las del agradecimiento. Después, más sereno y animoso, senteme en el fatal banquillo, y seguí contemplando la ciudad, que empezaba a romper las brumas que la envolvían para recibir de nuevo las caricias del sol.