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De repente, cuando el sol era mas punzante y el calor mas fuerte, apesar de la ascencion hácia cimas elevadas, el aire nos trajo ráfagas amenazantes, el cielo se anubló, y todo cambió de aspecto con la prontitud con que en un teatro se cambia una decoracion.

Entonaban los romeros un himno en vascuence á la Señora de Vizcaya, y de los grupos salía, como respuesta, La Marsellesa ó La Internacional. Agrupáronse los devotos ante la portada de San Nicolás, y la muchedumbre avanzó lentamente hacia ellos. Estrechábase el espacio entre unos y otros, los palos levantábanse amenazantes, los insultos alternaban con los cánticos.

Resurgía el campesino, el hombre forzudo habituado a la violencia: sus puños se cerraban amenazantes. ¡Virgen María! ¡Santísimo Señor! rugía con una entonación semejante a la que usaban los malvados blasfemos cuando ofendían a Dios.

El buen señor no oyó, pues, los fúnebres maullidos del gato; no le vio entrar en la estancia con los bigotes tiesos, el lomo erizado, los ojos como esmeraldas atravesadas de rayos de oro, las uñas amenazantes: no le sintió saltar y hacer locuras cual si perdiera el juicio o estuviese tocado de mal de amores; no oyó sus horribles lamentos, seguidos de roncos bramidos, ni presenció la ferocidad con que a la postre se lanzó fuera, escalando la pared, cayendo, levantándose, subiendo por un poste, precipitándose por oscuros agujeros, para reaparecer luego desesperado y jadeante.

Sus pesados capotazos eran para hundir la espada. Llamábanle ladrón; aludían a su madre con feas palabras, dudando de la legitimidad de su nacimiento; agitábanse en los tendidos de sol amenazantes garrotes; comenzaron a caer sobre la arena, con propósito de herirle, naranjas y botellas; pero él soportaba, como si fuese sordo y ciego, esta rociada de insultos y proyectiles, y seguía corriendo al toro, con la satisfacción del que cumple su deber y salva a un amigo.

Lobito marchaba como un perro, cubriendo al amo con su cuerpo, y miraba a todas partes, queriendo imponer respeto a los compañeros con sus ojos inflamados. Si alguno, más audaz, se acercaba a olisquear al marqués, encontrábase con los amenazantes cuernos del cabestro. Si varios se unían con pesada torpeza, impidiéndoles el paso, Lobito metía entre ellos el armado testuz, abriéndose calle.

Flimnap, asomado al borde del bolsillo, casi lloraba de miedo cada vez que el gigante extendía una mano pretendiendo apresar en plena carrera á alguna de aquellas bestias amenazantes dominadoras de la selva. ¡No, gentleman! gritaba . ¡Tenga cuidado!

No lloras por tu hijo; lo que te entristece es la miseria que se aproxima, la ruina de tu buen amigo Cuadros. Don Juan subrayó con tanta expresión estas palabras, que su hermana dio un paso atrás, palideciendo y bajando las amenazantes manos. Parece que me has entendido. ¿Creías que también ignoraba yo esto? Lo todo, hija mía, y digo que me avergüenzo de que lleves mi apellido.

Y de este modo iban intercalando en el continuo ¡haup, haup! toda clase de interjecciones amenazantes, de monstruosos juramentos que hacían encabritarse al barrenador como si recibiese un latigazo, para caer de nuevo en el desaliento. Faltaban pocos minutos para terminarla apuesta. El Chiquito estaba en la mitad de un agujero y aún le faltaba abrir otro.

Habiendo el emperador griego Teófilo solicitado alianza de Abde-r-rahman II y enviádole ricos presentes para grangeársela, con objeto de reunirse ambos contra los ejércitos amenazantes de los Abassides, el sultan andaluz concibió cierto deseo de reconquistar en el Oriente el imperio de los proscritos Umeyas, sus antecesores, y entabláronse desde luego relaciones de amistad entre los dos soberanos.