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Cuando Sancho oyó la firme resolución de su amo se le anubló el cielo y se le cayeron las alas del corazón, porque tenía creído que su señor no se iría sin él por todos los haberes del mundo; y así, estando suspenso y pensativo, entró Sansón Carrasco y la sobrina, deseosos de oír con qué razones persuadía a su señor que no tornarse a buscar las aventuras.

Pero cuando dijo el Corregidor a Costanza que entrase también en el coche, se le anubló el corazón, y ella y la huéspeda se asieron una a otra, y comenzaron a hacer tan amargo llanto que quebraba los corazones de cuantos le escuchaban.

Ya quién es dijo entre dientes don Pedro, cuyo rostro se anubló. Pues yo... como era bastante natural, lo creí. Además tuve ocasión de persuadirme de que, en efecto, el gaitero y Sabel... tienen... trato. ¿Ha averiguado usted todo eso? interrogó el marqués con ironía.

28 Y si hubiere hambre en la tierra, o si hubiere pestilencia; si hubiere tizoncillo o añublo, langosta o pulgón; o si los cercaren sus enemigos en la tierra de sus ciudades; o cualquier aflicción o enfermedad que sea;

De repente, cuando el sol era mas punzante y el calor mas fuerte, apesar de la ascencion hácia cimas elevadas, el aire nos trajo ráfagas amenazantes, el cielo se anubló, y todo cambió de aspecto con la prontitud con que en un teatro se cambia una decoracion.

La posesión del dinero, acontecimiento inaudito en aquellos tristes años de su vida, produjo en Doña Paca un efecto psicológico muy extraño: se le anubló la inteligencia; perdió hasta la noción del tiempo; no encontraba palabras con qué expresar las ideas, y estas zumbaban en su cabeza como las moscas cuando se estrellan contra un cristal, queriendo atravesarlo para pasar de la obscuridad a la luz.

Esta, miró a su vez al sobrino, y el semblante se le anubló, de pronto... Vamos, pues, ¿qué dices? ¡Que la quiero a usted mucho tiíta de mi alma, y que sufro de veras por la pena que la estoy causando! La abrazó repetidas veces, con efusión. Déjame, no me aprietes tanto... ¿De modo que... eso no te alcanza? ¡Habla, habla!

Lo que él no tiene es gana de verte el pelo. Amparo dejó caer la cabeza sobre el pecho, y su rostro se anubló con expresión tal de desconsuelo y enojo, que Ana la miró compadecida. Si algún día... si pronto... viene la república... la santa federal... ¡así Dios me salve, Ana... lo arrastro! Ana se echó a reír con su delgada risa estridente.