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Actualizado: 13 de julio de 2025
Tenía el país mucho carácter: eran las Vascongadas, rudas y hermosas. Por todas partes dominaban el camino amenazantes alturas, coronadas de recias casamatas o fuertes castillos recientemente construidos allí para señorear aquellos indomables cerros. En los flancos de la montaña se distinguían anchas zanjas de trincheras o líneas de reductos, como cicatrices en un rostro de veterano.
Luchó contra la corriente durante algunos segundos con un éxito muy incierto. Sin embargo, se aproximaba poco á poco al ribazo opuesto, aun cuando la corriente continuase arrastrándolo con espantosa impetuosidad hacia las cataratas, cuyos amenazantes rumores debían entonces llenar de horror sus oídos.
Por este tiempo los pastores ó curas de Yapeyú, atemorizados de los anuncios amenazantes, se disponian á huirse del pueblo, é irse á los reales de los Españoles: pero fué en vano, porque sus feligreses los guardaban ó custodiaban con diligencia.
Y las gentes felices temblarían de pavor ante las caras amenazantes, las vestiduras miserables, las miradas de famélico estrabismo, los anhelos locos y criminales de destrucción. ¿Dónde se habían ocultado hasta entonces aquellos monstruos? ¿De qué antro surgían?... Y bien, gentes dichosas, habéis vivido con ellos sin saberlo.
Los tres perros de Manos Duras, después de saltar junto á las ruinas saludando con alegres ladridos á su amo invisible, se mostraron inquietos y empezaron á husmear en torno á ellos. Luego prorrumpieron en aullidos feroces. Babeando de rabia y con los colmillos amenazantes intentaban subir la arenosa cuesta, retrocediendo á continuación para avisar á los gauchos la presencia del enemigo oculto.
El Tato le miraba con ojillos burlones y amenazantes, en los que el Vara de plata creía leer: «Acuérdate de la navaja.» Pero lo que más aterraba a don Antolín era el silencio del campanero, la mirada hosca y dura con que respondía a sus palabras.
Lo cierto era que desde el anochecer, toda una procesión de clientes, anonadados unos y amenazantes otros, entraban en las oficinas del banquero, no encontrando otra cosa que las mesas abandonadas y algunos empleados quejumbrosos y todavía no convencidos de la ruina de su principal.
Abríanse puertas y ventanas, uniéndose nuevas voces a la delirante aclamación, y en cada bocacalle, un grupo de gente engrosaba la negra avalancha. Iban todos al ayuntamiento, furiosos y amenazantes como si solicitaran algo que podían negarles, y entre la muchedumbre veíanse escopetas, viejos trabucos y antiguas pistolas de arzón enormes como arcabuces. Parecía que iban a matar al río.
El viejo, apoyado en ellos, hablaba de la primavera, cuando bajaban las yeguas de la dehesa y entraban en la cuadra con la cola recogida sobre el lomo para evitar entorpecimientos, y el yegüerizo mayor se arriesgaba bajo las patas amenazantes, encauzando la fecundación. Aquí tiene su mercé decía el viejo a toos los buenos mozos que fabrican los potrancos y las mulillas de Matanzuela.
Sin acuerdo previo, como si los odios de sus familias, las frases y maldiciones oídas en sus barracas surgiesen en ellas de golpe, todas cayeron á un tiempo sobre la hija de Batiste. ¡Lladrona! ¡lladrona!... Desapareció Roseta bajo los amenazantes brazos. Su cara cubrióse de rasguños. Agobiada por tantos golpes, ni caer pudo, pues las mismas apreturas de sus enemigas la mantenían derecha.
Palabra del Dia
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