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Madama Scott se sentó al lado de su hermana. Los poneys pateaban, bailaban, amenazaban encabritarse. Cuidado, señorita dijo Edwards; los poneys están muy briosos hoy. Ya los conozco respondió Bettina; no temáis. Miss Percival tenía la mano firme y suave a la vez, y muy segura.

Cantaban con su voz gangosa alabanzas en honor del grande, del poderoso, del invencible Chermidy, y agasajaban dulcemente a la montura con las barbas de sus plumas. Los pequeños le hacían cosquillas en las narices y los mayores le hurgaban en el interior de las orejas tan bien y tan largo tiempo, que el animal acabó por encabritarse. El caballero, torpe como un marino, cayó de espaldas.

Las ovejas, acometidas súbito de agitación insana, se pusieron a saltar y encabritarse cual si escuchasen los sones de un caramillo encantado. Ni las pedradas ni los halagos lograron retener a una gran parte de ellas.

«Diga ella lo que diga, ¡adelante! pensó . Necesito verla, aunque sea para recibir insultos.» Y fué avanzando con lentitud por los caminos de la estancia. De pronto su caballo se mostró inquieto, avivando el paso y deteniéndose á continuación, como si pretendiera encabritarse.

Y de este modo iban intercalando en el continuo ¡haup, haup! toda clase de interjecciones amenazantes, de monstruosos juramentos que hacían encabritarse al barrenador como si recibiese un latigazo, para caer de nuevo en el desaliento. Faltaban pocos minutos para terminarla apuesta. El Chiquito estaba en la mitad de un agujero y aún le faltaba abrir otro.

Hombre sobre el cual dejaba caer su puño, caía redondo: potro cerril cuyos lomos abarcaba con sus piernas de acero, ya podía encabritarse, morder el aire y echar espumarajos de cólera, que antes se desplomaba vencido y jadeante que lograba libertarse del peso de su domador.

Argensola percibió cómo se iba formando en su interior un alma simple, entusiasta y crédula, capaz de admitir las cosas más inverosímiles. Esta alma la adivinaba igualmente en todos los que vivían cerca de él. A veces, su antiguo espíritu de crítica parecía encabritarse; pero la duda era rechazada como algo deshonroso.

Ve á verlo y le darás un alegrón. ¡Valiente cosa te importa la mala cara que pueda hacerte tu parienta!... Aresti pareció encabritarse oyendo esto. ¿Conque tenían á su primo en una especie de secuestro manso, para que no le viera, y llamaban á otro médico como si él hubiese muerto?... Pues allá se iba al instante. Sentía curiosidad por ver de cerca la nueva dicha del millonario.

¿Iba a insultar a una mujer, él, un noble? ¿Y por qué? ¿A causa de aquel guapo oficial a quien sonreían las muchachas? Que no se ponga en mi camino exclamó blandiendo el látigo con una violencia que hizo encabritarse a su caballo. Hola, sobrino... ¿Con quién diablos disputas? El señor Neris, apoyado en su bastón, apareció en la linde del bosque.