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La lucha se desarrollaba con la lenta y aplastante monotonía de todos los espectáculos de fuerza. Aresti, interesado por el final del combate, entretenía el aburrimiento de la espera comparando á los dos contendientes. Eran el arranque impetuoso y la destreza inteligente del nervio, luchando con la calma tenaz y la serena fuerza del músculo. El hombre-caballo frente al hombre-buey. El Chiquito de Ciérvana, vehemente en su trabajo, dejaba atrás al enemigo con sólo el primer arranque: el otro seguía su marcha sin darse cuenta de lo que le rodeaba, sin apresuramientos ni desmayos, como si no escuchase á los que mugían junto á su oído ¡haup! ¡haup!

¡Olé, Chiquito! gritaron agitando sus manos cargadas de pedrería. ¡Haup!... ¡haup! Y en discordante coro juntaban sus voces á las de los dos vizcaínos que servían de auxiliares á su barrenador.

Habíanse sucedido al lado de él varias parejas de padrinos, fatigados de seguirle en el relampagueo de su trabajo; pero los que ahora le acompañaban tenían que gritar ¡haup, haup, haup! con más lentitud, esforzándose en vano por animarle y enardecerle, tirando de él con la palabra como si fuese una bestia cansada y vacilante que se encabritase bajo el látigo, sin poder salir de su paso.

Se doblaban en incesante vaivén, á pesar de su corpulencia; mugían ¡haup, haup! con toda la fuerza de sus pulmones, como si con sus gritos pudieran hacer entrar más adentro la palanca del barrenador.

Eran los padrinos que les asistían en la lucha. Se inclinaban y levantaban al mismo tiempo que ellos, doblándose al compás de los movimientos del perforador, sirviendo de péndulo que regulaba el vaivén del trabajo. Al mismo tiempo, excitaban al compañero con sus gritos: rugían ¡haup! ¡haup! al doblarse por la cintura, señalando cada golpe con esta exclamación.

Y de este modo iban intercalando en el continuo ¡haup, haup! toda clase de interjecciones amenazantes, de monstruosos juramentos que hacían encabritarse al barrenador como si recibiese un latigazo, para caer de nuevo en el desaliento. Faltaban pocos minutos para terminarla apuesta. El Chiquito estaba en la mitad de un agujero y aún le faltaba abrir otro.

Sonaban los golpes del acero y el ¡haup! ¡haup! de los acompañantes con una regularidad mecánica, interrumpidos algunas veces por el ¡brrr! de los barrenadores, que al respirar jadeantes, parecían escupir su cólera sobre la piedra enemiga.