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Actualizado: 11 de julio de 2025
Imaginaos aquella amplia cocina con la gente a punto de acabar sus tareas, antes de marcharse a acostar; el enorme puchero negro, lleno de remolacha y patatas destinadas al ganado, humeando sobre un inmenso fuego de leña que se consumía formando tulipanes de oro y púrpura; los platos, las escudillas y las soperas reluciendo como soles en el vasar; las ristras de ajos y de cebollas bermejas colgadas en hilera de las obscuras vigas del techo, entre los jamones y las lonjas de tocino; Juana, con su papalina azul y su faldilla roja, agitando lo que contenía el puchero con un cucharón de madera; los jaulones de mimbres, en los que cacarean las gallinas con el rubio gallo, que pasa la cabeza entre los barrotes y mira la llama con ojo interrogante y la cresta caída encima de la oreja; el dogo Michel, de cabeza aplastada e hinchados carrillos, husmeando una escudilla olvidada; Dubourg, bajando la obscura escalera que cruje, a la izquierda, inclinado hacia adelante, con un saco sobre el hombro y el brazo arqueado, apoyado en la cadera, mientras que fuera, en medio de la negra noche, el anciano Duchêne, de pie en el carro, levanta la linterna y grita: «Este hace quince, Dubourg; faltan todavía dos.» También se ven, colgados de la pared, una liebre vieja y rubia, traída por el cazador Heinrich para venderla en el mercado, y un hermoso gallo, cuyas plumas tenían visos verdes y rojos, con el ojo empañado y una gota de sangre en la punta del pico.
En aquel mismo Claustro hay centenares de sepulcros de canónigos, ora empotrados en las paredes, ora embutidos en el suelo, ora formando las jambas de las puertas, ora colgados cerca de las altas bóvedas. ¡Son los Cabildos que han precedido al actual desde el siglo XII inclusive!
Detrás de la mesa un sillón forrado de la misma tela que la silla que antes hemos visto, y detrás del sillón, y colgada de la pared, la cabeza disecada de un ciervo, sobre cuya profusa cornamenta descansa una linda escopeta de dos cañones, y debajo de la cabeza, y también colgados, un par de floretes, otro de caretas y un guante de esgrima.
También los que estaban colgados de maderos con él le denostaban. 33 Y cuando vino la hora sexta, fueron hechas tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. 34 Y a la hora novena, exclamó Jesús a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? Que declarado, quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Aficionado solamente repuso sonriendo con beatitud. No le diré a usted que a fuerza de ver y observar no sepa distinguir un poco; pero eso no vale nada. Villa, para darle por el gusto, le invitó a que nos mostrase su galería de cuadros, a lo cual accedió inmediatamente. La mayor parte estaban colgados debajo de los arcos del patio.
Todas se proponían conmover a sus amigas de Madrid con el relato de tan horrible aventura. Creíanse ya heroínas de una novela de Julio Verne. El espectáculo que se ofreció a su vista cuando tuvieron ojos para contemplarlo era grandioso y fantástico. Inmensas galerías embovedadas cruzándose en todas direcciones e iluminadas solamente por la pálida luz de algunos candiles colgados a largos trechos.
Huyeron los autores de él, procurando ocultarse; mas descubiertos y presos en la misma Sevilla, se les degradó públicamente y fueron después colgados de la horca de Buenavista, ante inmensa muchedumbre.
El joven tosió, metió los dedos de entrambas manos por el pelo, dejándolo más ahuecado y revuelto, se puso los lentes que traía colgados de un cordoncillo y dijo: Señores. La entonación firme y sosegada que dió a esta palabra, y la pausa larga que después hizo asegurando los lentes sobre la nariz y paseando una mirada de grande hombre por el concurso, impusieron silencio y respeto.
42 A otros salvó, a sí mismo no puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora del madero, y creeremos a él. 43 Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios. 44 Lo mismo también le injuriaban los ladrones que estaban colgados en maderos con él. 45 Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.
Si nos hacen prisioneros, seremos colgados; si nos entregamos, también; combatamos, pues, como bravos marineros, y quién sabe si, como dice el proverbio, apretando los talones, salvaremos los calzones. ¡Voto a tal! muchachos, El Gavilán ha echado a pique a un gran buque sardo de tres palos en las costas de Sicilia, después de dos horas de combate; ¿por qué ha de temer a esa corbeta del pabellón azul?
Palabra del Dia
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