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Actualizado: 21 de junio de 2025
Estaba construida con botes viejos de conservas, que reemplazaban a los ladrillos; el techo era de latas de petróleo enrojecidas y oxidadas por la lluvia. Unos tablones carcomidos empotrados en la pared exterior servían de bancos. El «Ventorro de las Latas» era el punto de reunión de los dañadores antes de emprender la marcha. Comenzó a cerrar la noche.
Sólo a trechos veíanse algunos ladrillos y cascotes de los derribos; lo demás estaba construido con los materiales más heterogéneos, viéndose empotrados en la argamasa, a guisa de ladrillos, botes de conserva, latas de petróleo, cafeteras, orinales, hormas de zapatos, y junto con estos despojos, tibores rotos de porcelana, columnillas de alabastro, trozos de estatuas, todo al azar, según el desorden de la recogida diaria en Madrid.
Empotrados en ambas paredes laterales del presbiterio, hallábanse los nichos cubiertos con sendas placas de alabastro, grabados con largos epitafios; y más de una vez, desde que empecé a leer, me distraje durante la Misa o el Rosario, procurando descifrar aquellos letreros, para mí atravesados e inintelegibles.
En aquel mismo Claustro hay centenares de sepulcros de canónigos, ora empotrados en las paredes, ora embutidos en el suelo, ora formando las jambas de las puertas, ora colgados cerca de las altas bóvedas. ¡Son los Cabildos que han precedido al actual desde el siglo XII inclusive!
Don Fermín, que iba a la sacristía, dio el rodeo de la nave del trasaltar flanqueada por otra crujía de capillas. Frente a cada una de estas, empotrados en la pared del ábside había haces de columnas entre los que se ocultaban sendos confesonarios, invisibles hasta el momento de colocarse enfrente de ellos. Allí comúnmente ataban y desataban culpas los beneficiados.
Marchaba doblado por la cintura, con las piernas muy abiertas y rígidas. Así precedió a Maltrana por un pasillo lóbrego, bajo de techo y tan angosto, que los codos rozaban los objetos raros empotrados en la pared. La débil claridad que pasaba por un bote de escabeche puesto a guisa de claraboya difundía una luz amarillenta al final del pasillo, danzando en su pálido rayo un enjambre de moscas.
Varios cubos de cinc sin fondo, empotrados horizontalmente en el muro, servían de redondos tragaluces, semejantes a los de los camarotes de los barcos. Los techos eran de paja, de ramaje, de viejos encerados, formando una cubierta de gran espesor, que la lluvia más persistente no podía traspasar. Las rendijas estaban calafateadas con papeles y trapos.
Palabra del Dia
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