United States or Niger ? Vote for the TOP Country of the Week !


Os juro por la cabeza de Hércules, de Júpiter, de Venus, de Baco, de Afrodita, que todos nosotros... En fin, ya me comprendéis, ¿verdad? ¡Señores romanos de la antigüedad, al asalto! CLEOPATRA. Ahora iremos a dar un paseíto. ESCIPIÓN. ¡Todo lo que queráis, señoras! ¡Señores romanos de la antigüedad, adelante! ¡Un, dos! ¡Un, dos! ¡No todos a una! ¡Cada cual cuando le toque!

CLEOPATRA. Pero el sitio no es nada bonito. CLEOPATRA. Claro, montañas, hondonadas... En suma, una cosa estúpida. Esta piedra tan grande, por ejemplo, ¿qué hace aquí? ¡Quitadla! CLEOPATRA. ¡Y luego esos árboles! No, esto es muy feo. Me ahogo aquí. Vos mismo estáis avergonzado, no podéis negarlo. Pero me parece que debo daros una respuesta. ESCIPIÓN. ¿Una respuesta?

Yo me vuelvo loco. No puedo vivir sin mi Cleopatra. Es mi mujer legítima. ¡Todo lo legítima posible! ¿Creéis que no querrá seguirme? PROSERPINA. ¡Por nada del mundo! MARCIO. ¿Qué voy a hacer entonces? Como la amo, no puedo vivir sin ella. PROSERPINA. Calmaos, Marcio. MARCIO. ¿Cuál es? PROSERPINA. Llevárosla a la fuerza. MARCIO. ¿Y creéis que así me seguirá? MARCIO. ¡Pero eso sería innoble!

Bueno, escuchad lo que voy a deciros: sois un canalla, un necio, un ladrón, un bandido, un asesino, un monstruo. ¡Lo que habéis hecho es indigno, innoble, abominable, repugnante, escandaloso, indecente, inaudito! ESCIPIÓN. ¡Señora! CLEOPATRA. ; me sois antipático hasta más no poder, me inspiráis un disgusto profundo, una repulsión sin límites. Oléis atrozmente a soldado.

El mayor monstruo, los celos .Calderón Este drama es una verdadera tragedia, en que domina el destino, y uno de los primeros gérmenes de esos cuadros monstruosos, creados por una imaginación impotente y ávida de lo extraordinario, que pulularon por los teatros alemanes al conocerse las obras de Calderón; pero ¡cuán profunda é ingeniosa es la idea, que nos ofrece nuestro poeta de esa fatalidad, ofreciéndola como el presentimiento del alma que penetra angustiosa en lo porvenir! Marianne cuenta á Herodes, que la ama tiernamente, cierta profecía de un astrólogo, según la cual, ella misma sería sacrificada por el mayor monstruo del mundo, y que su esposo había de matar con su puñal á la persona á quien más amase sobre la tierra. El Tetrarca procura sosegar á su esposa, y tira á la mar su puñal para hacer vana la profecía. En el mismo instante se oye un grito de dolor detrás de la escena; preséntase en ella un cierto Ptolomeo, herido por la caída del arma, lleno de sangre y clavado el puñal en la herida, devolviendo de este modo el instrumento fatídico á las manos de su dueño; Marianne tiembla, al observarlo, pero ocurren otros sucesos, que la distraen de esa temible profecía. Antonio y Cleopatra han sido vencidos por Octaviano, y el Tetrarca, auxiliar de los primeros, vencido también. Aristóbolo, hermano de Marianne, enviado por él al campo contra Octaviano, hace prisionero á su cuñado, y lo lleva ante el vencedor. Ve entonces, en poder de Octaviano, un retrato de Marianne, arrancado á Aristóbolo por el primero, y poco después, otro igual, pero de mayor tamaño, que Augusto, inflamado de amor al verlo, ha hecho copiar del primitivo. Herodes, lleno de rabiosos celos, intenta matar á Octaviano al entrar en su tienda; pero en el mismo instante el retrato de Marianne se cae, y se interpone entre uno y otro, y el puñal lo atraviesa de parte á parte. Es sorprendente el arte del poeta en mantener vivo en los espectadores, por esos diversos signos, el presentimiento de la suerte final que espera á Marianne. El puñal se queda en poder de Octaviano, y el Tetrarca es encerrado en la cárcel. Sentenciado á muerte, despacha un mensajero á Ptolomeo con una carta secreta, en la cual le encarga que mate á Marianne, en cuanto tenga noticia segura de su muerte; pero esta carta llega á las manos de Marianne, indignada con extremo de la injusta sospecha de su esposo: pide primero á Octaviano su perdón, y lo consigue, retirándose luego á sus habitaciones más escondidas, por haber anunciado á Herodes que no la verá más en su vida. Herodes, furioso por haber descubierto Ptolomeo su secreto, intenta matarlo; Ptolomeo busca su refugio en Octaviano, y lo lleva de noche, para vengarse de Herodes, al aposento de Marianne.

Y , Cleopatra, vete a la cama. Yo mismo prepararé la comida. MARCIO. ¡Permitid! ¿Por qué habláis de la comida? Cálmate, Cleopatra; aquí hay un error. Por lo visto, no te haces cargo de que has sido ilegalmente raptada. Escipioncito, déjame el pañuelo. ESCIPIÓN. ¡Tómalo, querida! MARCIO. ¡Permitid! No comprendo por qué se habla aquí de un pañuelo, cuando se trata...

Dejadme a hablarle a esas gentes, y yo les probaré que no tienen ningún derecho a retenernos, que están en el deber de devolvernos la libertad, que, según todas las leyes divinas y humanas, han cometido una cochinería. NUMEROSAS VOCES FEMENINAS. ¡Ve, Cleopatra, ve! ¡Detened a Verónica! CLEOPATRA. ¡Eh, el de la rodilla blanca! Venid, tengo que hablaros. ESCIPIÓN. ¿Queréis que deje mi acero?

Aunque os insulten, aunque os escupan en la cara, no dejéis de llorar, señores sabinos; debemos derramar lágrimas pensando en la ley ultrajada, en el derecho pisoteado. ¡Adelante, sabinos! ¡Trompetas, tocad la marcha fúnebre! ¡Dos pasos al frente, un paso atrás! ¡Dos pasos al frente, un paso atrás! CLEOPATRA. Espera, Marcio... ¡Un momento! MARCIO. ¡Déjame, mujer!

ESCIPIÓN. Entonces... entonces, ¡podéis largaros! CLEOPATRA. ¿Cómo? ESCIPIÓN. , podéis largaros todas. Id a buscar a vuestros maridos. Estamos hasta la coronilla. ¡Por la cabeza de Hércules! Si hemos fundado a Roma, no ha sido para volvernos después locos con vuestra estúpida argumentación. CLEOPATRA. ¿Estúpida? ESCIPIÓN. ¡Idiota, si os parece poco! ESCIPIÓN. ¡Oh, Júpiter! ¡Está llorando!

CLEOPATRA. No tengo nada que confesar. Soy víctima de una calumnia. MARCIO. ¡Señor profesor, estamos esperando! ESCIPIÓN. ¡Date prisa, te lo suplico! ¡Confiesa! ¡Oh, Júpiter, ya abre la boca! Esperad, señores sabinos: confiesa. Tapadle la boca a vuestro profesor, puesto que confiesa. CLEOPATRA. Bueno, confieso. El asunto está arreglado.