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Había en todo su ser moral mucho abandono o mucha indiferencia o mucho fingimiento. Era entusiasta de la caza y de los caballos, y después de haber adorado los viajes no viajaba ya.

No nos engolfemos en cosas que no son ahora del caso. A pesar de todos sus esplendores, Lisboa se me caía encima. A las dos semanas de estar allí, abandoné a Lisboa. Viajaba yo con no pequeño acompañamiento.

Día hubo en que viajaba con Baco, Anita, recorriendo la India, o bien navegando en el barco prodigioso de cuyo mástil floreciente pendían racimos y retorcidos tallos, y tuvo que saltar de repente a la prosaica orilla del Soto, llamada por la voz del ex-regente que gritaba: ¡Pero muchacha, que te están comiendo el cebo!

Lobato, si viajaba de noche, cruzaba a escape ciertos parajes frondosos y oscuros, en que estaba seguro de encontrar asechanzas de aquellos aldeanos, que a la luz del sol temblaban en su presencia.

Viajaba porque casó con una mujer a quien creyó amar, y la halló luego como una copa sorda, en que las armonías de su alma no encontraban eco, de lo que le vino postración tan grande que ni fuerzas tenía aquel músico-atleta, para mover las manos sobre el piano: hasta que lo tomó un amigo leal del brazo, y le dijo «Cúrate», y lo llevó a un bosque, y lo trajo luego al mar, cuyas músicas se le entraron por el alma medio muerta, se quedaron en ella, sentadas y con la cabeza alta, como leones que husmean el desierto, y salieron al fin de nuevo al mundo en unas fantasías arrebatadas que en el barco que lo llevaba por los mares improvisaba Keleffy, las que eran tales, que si se cerraban los ojos cuando se las oía, parecía que se levantaban por el aire, agrandándose conforme subían, unas estrellas muy radiosas, sobre un cielo de un negro hondo y temible, y otras veces, como que en las nubes de colores ligeros iban dibujándose unas como guirnaldas de flores silvestres, de un azul muy puro, de que colgaban unos cestos de luz: ¿qué es la música sino la compañera y guía del espíritu en su viaje por los espacios?

La mitad de su renta fué para el duque, que viajaba ó vivía en París en casa de una antigua amante, mientras Alicia podía hacer su voluntad en su palacete blanco de la Avenida del Bosque, ostentando una corona ducal un sus ropas interiores, en sus vajillas y en las portezuelas de los automóviles. La pequeña amazona de las cabalgadas matinales era ahora una mujer de soberbia belleza.

Me acuerdo que cuando viajaba en tiempo de mi juventud, me encontre en una noche semejante en el recinto del Coliseo en medio de todo lo que nos queda de mas grande de la ciudad de Romulo. Un viso sombrio oscurecia el ramage de los arboles que crecen sobre los arcos arruinados, y las estrellas brillaban al traves de las grietas que presentaban aquellas ruinas.

Como le interesa cumplir cuanto antes su misión, por cuya causa viajaba también de noche, pierde el camino, y se extravía en un paraje despoblado, en donde vaga largo tiempo, hasta que encuentra un castillo solitario, al cual se dirige, para pasar en él la noche.

Viajaba en la Cordillera; hacía tres días que estaba separado de los últimos vestigios de la civilización, y, montado en mi mula, de paso igual y firme, atenta al peligro, ajena a la fatiga, avanzaba entre las gargantas de los Andes argentinos, ya trepando un cerro en cuya cumbre rugían los vientos de los páramos, ya siguiendo lentamente el cauce seco de un río que esperaba el deshielo para convertirse en torrente.

Había devuelto la libertad a su amante. ¡El conde estaba casado, viajaba por restablecer la salud de su joven esposa y ni siquiera escribía a la pobre abandonada para darle noticias del pequeño! Acabó su discurso dejando caer sus dos brazos con un abandono lleno de elegancia. En fin añadió , aquí me tiene usted más sola que nunca, en esta ociosidad del corazón que no es para .