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Los costosos y pintorescos abrigos de éstas chillaban debajo de las bombillas eléctricas. Los caballos piafaban, los lacayos gritaban, y los coches, al acercarse lentamente a la escalinata, hacían crujir la arena de los caminos. Sonaban golpes de portezuelas, ruido de besos, voces de despedida.

A la caída de la tarde había presenciado el caballero en la falda del castillo de Bellver cómo ardía la abultada corpulencia de Rafael Valls y cómo reventaban sus entrañas cayendo en el brasero, espectáculo del que le distrajo la presencia de algunas damas, haciendo caracolear su caballo junto a las portezuelas de las carrozas. El capitán Valls tenía razón: todo esto resultaba bárbaro.

Sonó la campanilla, dio el mozo la voz a los viajeros, se oyó el estrépito de las portezuelas al cerrarse, y nuestro catalán no parecía. D. Nemesio experimentó viva inquietud. ¡Caramba, cómo se descuida el señor de Puig! Pasó un momento: todos los viajeros estaban ya en sus coches. ¡Caramba, caramba, ese hombre va a perder el tren!

Al principio los coches se llenan sin grandes apreturas, arrancan primero los mejores, ómnibus enormes y seguros breaks de forma extranjera ya españolizados, con suertes del toreo pintadas en portezuelas y cajas; después, a falta de los buenos, la gente toma por asalto los que van quedando; jardineras con las ballestas rotas y mal encordeladas, tartanas quebrantahuesos y ómnibus pequeños, de aquellos viejos que años antes iban a dos riales al patíbulo, todos tirados por mulas y caballos trasijados que ostentan en el pescuezo collarones a la jerezana pagados con la escatima del pienso, sin que su pobre costillaje ponga lástima en el corazón de la chulapería, ávida de empezar a varazos.

La arrendataria, que había sido nodriza de la señorita Margarita, estaba enferma y proyectaban hacía largo tiempo darle este testimonio de interés. Partimos á las dos de la tarde. Era uno de los más ardientes días de verano. Las dos portezuelas abiertas dejaban entrar en el carruaje los espesos y abrasadores efluvios que un tórrido cielo vertía á torrentes sobre los secos arenales.

El tren estaba repleto de hombres, pequeñas figuras de un gris amarillento que llenaban las ventanas de los vagones y ocupaban las portezuelas y los estribos, con las piernas colgando sobre la vía. Otros se agolpaban en los furgones de ganado ó se mantenían de pie sobre las plataformas descubiertas, entre los carros militares y las ametralladoras enfundadas.

El pueblo comenzó a agolparse con su estúpida curiosidad a las puertas del palacio, y a poco una larga hilera de coches ocupaba toda la calle, suspendían un momento su pausada marcha, abríanse y cerrábanse con estrépito las portezuelas, y bajaban encopetados señorones, aristocráticos gomosos y damas elegantes; venían estas de trapillo, mirando a todas partes, entre asustadas y curiosas, y abrazaban a Currita haciendo exclamaciones de sorpresa, de indignación, de entusiasmo y de lástima.

»En España no podían sufrir el bienestar de que disfrutaba; atentaron á su vida enviando dos hombres que se la quitaran, en vista de lo cual, por garantía en lo sucesivo, comisionó el Rey á dos suizos de su guardia personal, que le seguían por la ciudad á las portezuelas de la carroza, y cuidaban de que ninguna persona desconocida tuviera acceso á la casa.

La cola que formaban los coches frente al palacio del marqués de Butrón cogía casi toda la calle de Hortaleza, atravesaba la red de San Luis e iba a perderse en la de la Montera. Los carruajes avanzaban lentamente, parábanse un momento, abríanse y cerrábanse con estrépito las portezuelas, y corrían luego a estacionarse en la Plaza de Santa Bárbara.

Eran Fernanda y su hija: al verlas, ambos sacamos la cabeza por las portezuelas del cupé, en el momento en que ellas también daban vuelta. Van espléndidas me dijo don Benito. Diablo de vieja tu tía, hasta muerta nos persigue; si no hubiera sido por el tal entierro, ¡qué golpe habríamos dado yendo a Palermo!... Pero todavía hay tiempo le repliqué, retrocedamos. ¿Te atreves?... Y qué...