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¡Qué intención ni que Cristo, ni qué mal rayo que los parta! profirió Puig llevándose las manos a la cabeza. ¡La han hecho ustedes buena! ¿Y cómo me presento yo en gorra y zapatillas al presidente? ¿Quiere usted mi sombrero y mis botas? le preguntó D. Nemesio. También le puedo facilitar alguna camisa.

Juez de Bienes confiscados por Su Magestad, el Doctor Juan Bautista Danús, Ciudadano militar. Don Gaspar de Puig de Orfila y Dameto, Alguacil Mayor. Don Leonardo Zaforteza y Sureda de San Martín, Receptor. Don Manuel Ximénez de Sotomayor, Secretario del Secreto. El Doctor Sebastián Ferragut, Catedrático de Teología en esta Universidad, Secretario del Secreto.

Se partía un costado de la nave, sin que ésta hiciese agua, y seguía navegando á velas desplegadas, con el rey, las damas de su corte y el séquito de barones cubiertos de hierro. Veinte días después llegaban á Valencia sanos y salvos, como todo navegante que en momentos de peligro pide auxilio á la Virgen del Puig.

Obispo Inquisidor General; Secretario interino del Secreto de la Inquisición de Corte y propietario del Reino de Murcia, que al presente es Secretario del Secreto en esta de Mallorca. Don Juan Odón Desclapez y Puig de Orfila, Contador. El Doctor Bernardino Bauzá, Caballero Abogado del Fisco. Domingo Ferragut, Notario de Secuestros. Don Marcos Antonio Cotoner y Sureda, Capitán de la Familia.

Cada vez más furioso, y tirándose de los pelos y revolviéndose en el asiento, Puig comenzó a desahogarse en catalán, lo que fue una gran fortuna, pues no lo entendíamos. Sólo por la entonación y por las furiosas miradas que alguna vez nos dirigía, sabíamos que nos estaba poniendo como trapos. En esto íbamos llegando ya a la estación de Arjonilla.

El de Drury-Lane, donde tambien habia ópera, y de cuya compañía formaba parte el tenor español Puig, es oscuro, con incómodas localidades y un público excéntrico. Los jardines públicos del otro lado del Támesis, y los de Cremorne-Gardens en el barrio de Chelsea, son muy buenos; profusion de alumbrado de gas, profusion de flores y verdura, música, circo, fuegos artificiales.

No hacíamos otra cosa que dirigir vivas ojeadas a la rejilla, esperando cuándo el catalán levantara la vista y echaba de menos los bártulos. Al cabo de algunos minutos, no pudiendo sufrir más tiempo tal congoja, decidí acabar de una vez. Señor Puig... nosotros, con la mejor intención del mundo, le hemos hecho un flaco servicio... El catalán me miró con inquietud y me turbé un poco.

Sonó la campanilla, dio el mozo la voz a los viajeros, se oyó el estrépito de las portezuelas al cerrarse, y nuestro catalán no parecía. D. Nemesio experimentó viva inquietud. ¡Caramba, cómo se descuida el señor de Puig! Pasó un momento: todos los viajeros estaban ya en sus coches. ¡Caramba, caramba, ese hombre va a perder el tren!

En 1737 se asoció con D. Francisco Manuel Huerta y con D. Leopoldo Gerónimo Puig, para la publicación del Diario de los literatos, el primer periódico que se publicó en España: fue esta publicación de crítica literaria, y sus redactores no carecían de la ilustración, entereza y criterio que requieren esta clase de trabajos; pero ya fuese por la oposición de escritores coetáneos, ya consistiera en que la nación no estaba todavía en estado de apreciar la delicadeza de su crítica, ello es que no vivió el Diario, mas que un año y nueve meses, en cuyo tiempo se publicaron siete tomos en octavo.

, señor; que curan casi todas las enfermedades repuso D. Nemesio algo incomodado; pero obran mucho mejor ayudados por otras medicinas. Gracias a sus preguntas supe pronto que el catalán era juez electo de primera instancia en un pueblo de la provincia de Córdoba y que iba a Sevilla a presentarse al presidente de la Audiencia. Se llamaba Jerónimo Puig.