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Poca levita, mucha tuina y chaqueta, de higos a brevas un uniforme; buen número de mujeres, roncas ya, con los labios secos, los ojos inyectados, arrebatadas las mejillas, más o menos descompuesto el peinado y el traje.

Sumérgese el viajero en vertiginoso abismo en el cual se derrumban montones de nieve como colinas; convertido en alud también, se desliza uno sobre los aludes, y ve desfilar al lado, como arrastrados por una tempestad, círculos, quebradas, promontorios. Las mismas cumbres parecen huir por el horizonte, arrebatadas en frenético torbellino, en una especie de galope infernal.

La tentativa del emperador Alfonso ha sido prematura: espláyese y domine en buen hora la forma románica en todas las grandes ciudades arrebatadas á los califas allende los montes, en Toledo conquistada por D. Alonso el VI, en Zaragoza y Tarragona rescatadas por D. Alfonso el Batallador.

Las circunstancias anormales porque pasaba el país con la sequía de cuatro meses y es preciso saber lo que esto supone en Misiones hacía que los perros de los peones, ya famélicos en tiempo de abundancia, llevaran sus pillajes nocturnos a un grado intolerable. En pleno día, Cooper había tenido ocasión de perder tres gallinas, arrebatadas por los perros hacia el monte.

Viajaba porque casó con una mujer a quien creyó amar, y la halló luego como una copa sorda, en que las armonías de su alma no encontraban eco, de lo que le vino postración tan grande que ni fuerzas tenía aquel músico-atleta, para mover las manos sobre el piano: hasta que lo tomó un amigo leal del brazo, y le dijo «Cúrate», y lo llevó a un bosque, y lo trajo luego al mar, cuyas músicas se le entraron por el alma medio muerta, se quedaron en ella, sentadas y con la cabeza alta, como leones que husmean el desierto, y salieron al fin de nuevo al mundo en unas fantasías arrebatadas que en el barco que lo llevaba por los mares improvisaba Keleffy, las que eran tales, que si se cerraban los ojos cuando se las oía, parecía que se levantaban por el aire, agrandándose conforme subían, unas estrellas muy radiosas, sobre un cielo de un negro hondo y temible, y otras veces, como que en las nubes de colores ligeros iban dibujándose unas como guirnaldas de flores silvestres, de un azul muy puro, de que colgaban unos cestos de luz: ¿qué es la música sino la compañera y guía del espíritu en su viaje por los espacios?

El ascetismo cristiano, que no supo encarar más que una sola faz del ideal, excluyó de su concepto de la perfección todo lo que hace a la vida amable, delicada y hermosa; y su espíritu estrecho sirvió para que el instinto indomable de la libertad, volviendo en una de esas arrebatadas reacciones del espíritu humano, engendrase, en la Italia del Renacimiento, un tipo de civilización que consideró vanidad el bien moral y sólo creyó en la virtud de la apariencia fuerte y graciosa.

se había adornado de limpieza, ese lujo del pobre, y estaba tan bien barrida y desempolvada que las pacíficas arañas que dormitaban de tiempo inmemorial en todos los nichos y en todos los rincones, bajo el velo de la Virgen como en la corona de espinas y hasta en la barba del Crucificado, habían sido desposeídas de sus telas, arrebatadas como por un huracán, y andaban melancólicas y errantes en busca de nueva instalación.

Comienza a soplar un Norte muy desapacible; las hojas secas, arrebatadas de los árboles, forman en el suelo ruidosos remolinos de oro. Ella se muestra más indiferente que nunca. El viento, al agitar su falda, le pega la tela a las piernas, modelando indiscretamente sus formas y dejando al descubierto los pies. Diez o doce minutos de paseo. Una turbonada; aquello se hace insoportable.

Y el ser a que llega no es el ser vacío, que indeterminado y sin atributos, se confunde con la nada, sino que es el ser en toda su plenitud y grandeza, porque ha llegado hasta él, no por mero procedimiento dialéctico, abstrayendo lo distinto y lo vario, sino buscando en él la causa y el origen del orden, de la magnificencia, del movimiento y de la vida, de todo el universo: causa que no ha logrado hallar ni en este mundo de generación y de corrupción en que vivimos, ni en el aire, ni en el éter, ni en los astros al parecer incorruptibles, ni en las esferas del cielo que van girando arrebatadas.

Por lo pronto, cuando nos paguen ustedes la visita... y muchísimas veces más, como es natural entre personas de familia. ¿No es verdad, don Alejandro? ¡Ja, ja, ja! Adiós, Nieves. A la puerta del estrado se cruzaron con las Escribanas que entraban, muy arrebatadas de calor y un tanto airadas de semblante.