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Entonces yo abandoné al cobarde y me adelanté hacia la galería. Abajo, el muro fronterizo, proyectaba una sombra fatídica. Allí se apiñaba una turba negra.

Varias de ellas, diríase que nos hablan por medio de extraños caracteres: tienen enlaces, roleos complicados que visiblemente indican algo. ¿Hay alguno que pueda interpretarlos? ¿Con qué palabras los traduciríamos á nuestro idioma? Presiéntese perfectamente que hoy aún existe una idea allí dentro. Uno no puede desprenderse fácilmente de aquel sitio; y por más que se abandone, allí se vuelve.

Yo no podía dormir... En vano regularizaba mi respiración, trataba de apaciguar mi pensamiento, me oprimía el pecho para contener sus latidos, ¡en vano!... ¡Yo no podía dormir! El insomnio acabó por vencerme y desmoralizarme. Me abandoné a él como un náufrago que pierde las fuerzas en la corriente.

Cuando después el Condestable se acerca en la obscuridad, cree Blanca que es Enrique, habla con él de su primer amor, y se arroja á sus pies suplicándole que la abandone para siempre.

Isabel se despide tiernamente de sus hijos y de su esposo, á quien asegura, repetidas veces, que recibe gustosa la muerte de su mano; el Conde, no sintiéndose con fuerzas bastantes para matarla, encarga á un criado que lleve á la mar en una barca á Isabel, y que la abandone á merced de las olas. El acto tercero nos ofrece al mísero Conde atormentado por los remordimientos y presa del delirio.

» No me respondieron una palabra. Don Santiago me había oído sin apartar de sus ojos compasivos; pero su mujer era una roca. »Convencida de ello, abandoné por inútiles los toques al sentimiento de aquella inexorable criatura, y acometí de frente la empresa llamando a las cosas por sus nombres.

Por eso me parece conveniente y hasta juzgo que es preciso que apartes de ella, siquiera sea temporalmente, tu amor ciego y egoísta, para que por su salud pueda velar tan sólo el cariño previsor y desinteresado de su padre. ¿Qué dice usted? ¿Que abandone a Magdalena? ¡Imposible! Por unos cuantos meses solamente.

En vano en los albores de una existencia estéril Abandoné tus playas; no te olvidé por eso, Como al dejar la bella que nos brindó su beso mas placer al alma pensar en él despues. Atravesando mares y recorriendo campos, La pluma manejando con la ñudosa lanza, Vivificado siempre por íntima esperanza Jamás he sacudido tu polvo de mis piés.

Dado que sea realmente... Aquí fue interrumpido por un grito extraño de «¡Magdalena! ¡Oh, Magdalena, Magdalena!» y por todo el coro de Magdalenas en un tono semejante al que ya conocemos. Todos nos miramos por un momento, con alguna alarma. Yo en particular, abandoné rápidamente mi posición, pues la voz parecía provenir directamente de mi espalda.

Pierrepont, está usted para siempre separado de la mujer a quien un día pensó usted unirse, y que le amaba como usted la amaba... eso, no lo niego, es una gran pena, una gran desdicha, pero irremediable, consumada; no, no debe, pues, pensar en otra cosa que en poner a cubierto de un seguro naufragio aquello que aun todavía puede ser; honrosamente salvado; no le exijo que abandone París y que no vuelva a ver a Beatriz, no, eso sería demasiado... pero le ruego que la vea en lo sucesivo como a una mujer de la que nada hay que esperar fuera de la amistad y de la estima.