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Nos referimos aquí tan sólo á las fuentes primitivas que les suministraban sus primeros materiales, no siendo siempre posible averiguar el medio, en cuya virtud llegaban á su noticia. Comedias religiosas de Calderón. El Príncipe constante. El Josef de las mujeres. El mágico prodigioso. Las dos amantes del cielo. El purgatorio de San Patricio.

Este documento presta materia para muchas reflexiones; aparece desde luego que 12 dineros diarios y 70 sueldos jaqueses anuales, suministraban lo suficiente para la manutencion de tres personas en el año 1300, y que los clérigos que celebraban en la capilla del castillo no debian ser muy numerosos, cuando se excogitó por el Rey D. Pedro un medio económico para aumentarlos . En 1347 el Sr.

Lo de menos era en él, con ser mucho, el interés que sabía dar en pocas y pintorescas frases a las noticias que yo le pedía, por no satisfacerme las que me suministraban Chisco y su compañero, acerca de las grandes alimañas, sus guaridas en aquellos montes y la manera de cazarlas; los lances de apuro en que se había visto él y cuanto con esto se relacionaba de cerca y de lejos; sus descripciones de travesías hechas por tal o cual puerto durante una desatada «cellerisca» sus riesgos de muerte en medio de estos ventisqueros, unas veces por culpa suya y apego a la propia vida, y las más de ellas por amor a la del prójimo: lo demás era, para , su manera de «caer» sobre la montaña, como estatua de maestro en su propio y adecuado pedestal; aquél su modo de saborear la naturaleza que le circundaba, hinchiéndose de ella por el olfato, por la vista y hasta por todos los poros de su cuerpo; lo que, después de este hartazgo, iba leyéndome en alta voz a medida que pasaba sus ojos por las páginas de aquel inmenso libro tan cerrado y en griego para ; la facilidad con que hallaba, dentro de la ruda sencillez de su lengua, la palabra justa, el toque pintoresco, la nota exacta que necesitaba el cuadro para ser bien observado y bien sentido; el papel que desempeñaban en esta labor de verdadero artista su pintado cachiporro, acentuando en el aire y al extremo del brazo extendido, el vigor de las palabras; el plegado del humilde balandrán, movido blandamente por el soplo continuo del aire de las alturas; la cabeza erguida, los ojos chispeantes, el chambergo derribado sobre el cogote, la corrección y gallardía, en fin, de todas las líneas de aquella escultura viviente... ¡Oh! diéranle al pobre Cura en el llano de la tierra, en el valle abierto, en la ciudad, una mitra; la tiara pontificia en la capital del mundo cristiano, y le darían con ellas la muerte: para respirar a su gusto, para vivir a sus anchas, para conocer a Dios, para sentirle en toda su inmensidad, para adorarle y para servirle como don Sabas le servía y le adoraba, necesitaba el continuo espectáculo de aquellos altares grandiosos, de aquella naturaleza virgen, abrupta y solitaria, con sus cúspides desvanecidas tan a menudo en las nieblas que se confundían con el cielo.

Explotada por los valerosos plantadores del pasado, no tardó, como todas las Antillas, como las dos Américas, en ser uno de los principales mercados para el comercio de ébano animal; las costas de la Senegambia, de la Guinea y del Cabo, suministraban esclavos en abundancia a los atrevidos corsarios de las interminables guerras de los siglos XVI, XVII y XVIII. Estos, cuando las presas faltaban, ponían rumbo al África y volvían con las bodegas repletas de la negra mercancía... Recuerdo que una noche, a bordo del Ville-de-Brest, conversaba con un médico que se dirigía a Panamá, contratado para el servicio sanitario de los trabajos del canal.

Pero ignoraba por completo el secreto del mecanismo: recorría las calles, pero nada sabía de lo que pasaba dentro de las casas. Su genio colosal ansiaba apoderarse del secreto. Algunos sostenían que era imposible. El ingenioso Sánchez sonreía y meditaba. Las noticias que los fisiólogos anteriores a él le suministraban eran muy vagas.

Sus caras mitades, asaz interesadas con el forastero y en todos los tránsitos de la vida ordinaria, en las grandes ocasiones, preciso es confesarlo, demostraban un corazón de rey, magnánimo y generoso. Las de Saint-Georges suministraban cuantos trapos poseían para las hilas de los heridos de Solferino.