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La ascensión es difícil por ser en algunos puntos la pendiente muy pronunciada. El calor nos ahogaba; las materias volcánicas rechinaban bajo nuestros piés y experimentábamos los efectos de la fuerte irradiación que lo avanzado de la tarde y la falta de sol operaban en las masas calizas impregnadas de los ardientes rayos tropicales.

Como si un soplo hubiera animado el barro y formado con él cuerpos de mujeres, brotaron del suelo en un instante centenares de negras, mulatas, cuarteronas lívidas, descalzas en su mayor parte, ebrias, inmundas, que a su vez, atraídas por la fascinación del juego, se agolpaban alrededor de las mesas, rechinaban los dientes cuando perdían y saltaban a los marineros tambaleantes, pidiéndoles, en un idioma que no era inglés ni francés, ni español, ni nada conocido, una de esas monedas de a real que los americanos llaman a dime.

Rechinaban los canceles; había en el aire un cuchicheo tenue. En el coro daban señales de vida violines y flautas con quejidos y suspiros ahogados; se oía el ruido de las hojas del papel de música. Gruñó un violín. Cayeron dos golpes sobre una hojalata.... Silencio otra vez.... Comenzó el Stabat Mater.

A veces, un golpe de mar violento hacía estremecerse a todo el barco, y, entonces, los hierros y argollas, la rueda del timón y la obra muerta, rechinaban como con una protesta de malhumor. ¿Podremos salir de aquí sin tomar el canal por donde hemos entrado? pregunté yo. Con la marea alta saldremos más fácilmente dijo Recalde. En esto oímos un crujido fuerte. ¿Qué pasa? nos preguntamos los tres.

Plácido Penitente, decía la voz, demuestra á toda esa juventud que tienes dignidad, que eres hijo de una provincia valerosa y caballeresca donde el insulto se lava con sangre. ¡Eres batangueño, Plácido Penitente! ¡Véngate, Plácido Penitente! Y el joven rugía y rechinaban sus dientes y tropezaba con todo el mundo en la calle, en el puente de España, como si buscase querella.

En cuanto daba la vuelta á las llaves y los goznes rechinaban, el resto del mundo desaparecía no sólo para sus ojos, sino para su memoria.

Yégof caminaba a la ventura mientras que la noche se acercaba; el frío aumentaba por momentos, y los zorros rechinaban los dientes persiguiendo una caza invisible: el buharro hambriento se dejaba caer sobre la maleza con las garras vacías, lanzando angustiosos gritos.

Transcurrió un minuto; aún rechinaban los goznes de la puerta, cuando don Quintín oyó el timbre de una voz que le dejó trémulo de espanto; apenas sus labios acertaron a balbucear un nombre: ¡¡Es Frasquita!! También sonó la voz de Carola: Buena mujer decía , aquí no vive ese señor. ¡Ya lo , ya lo ! repetía la voz espantable ; pero ahí dentro está; ¡déjeme usted pasar! ¿Es usted su criada?

Aquellos hombres le hacían preguntas á que no podía contestar. Después se acercaban á él cuatro sayones, le desnudaban, le ataban á la rueda de una máquina horrible, la movían, rechinaban los ejes, crujían sus huesos. El lanzaba gritos de dolor, es decir, ponía en ejercicio sus órganos vocales: pero el sonido no se oía.

Las maromas rechinaban, los palos gemían en los agujeros que los aprisionaban y las velas se doblaban bajo el soplo de la brisa, inclinando las embarcaciones harto más de lo que desearan las señoras. El agua al dejar paso se rompía, produciendo un garganteo flautado que sonaba en la proa, deslizándose después por ambos costados con rumor de sedería que se despliega.