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Arturito había formado lista de ellas y dispuesto que las hubiese de todas procedencias y de todos colores: desde la alemana Catalina, apellidada por su cándida y sonrosada tez y por su dulce y buena pasta el Merengue de fresa, hasta lo que llaman en el Brasil café con leche más o menos cargado y café puro; esto es, que había tres o cuatro mulatas convidadas a la función y una negra gentilísima a quien llamaban la Venus de bronce.

Como si un soplo hubiera animado el barro y formado con él cuerpos de mujeres, brotaron del suelo en un instante centenares de negras, mulatas, cuarteronas lívidas, descalzas en su mayor parte, ebrias, inmundas, que a su vez, atraídas por la fascinación del juego, se agolpaban alrededor de las mesas, rechinaban los dientes cuando perdían y saltaban a los marineros tambaleantes, pidiéndoles, en un idioma que no era inglés ni francés, ni español, ni nada conocido, una de esas monedas de a real que los americanos llaman a dime.

En esto, el Maestro, con el montante , barriendo los pies a los mirones, abrió la rueda, dando aplauso a la pendencia vellorí , pues se hacía con espadas mulatas; y partiendo el andaluz y el estudiante castellano uno para el otro airosamente, corrieron una ida y venida sin tocarse al pelo de la ropa, y a la segunda, don Cleofás, que tenía algunas revelaciones de Carranza, por el cuarto círculo le dió al andaluz con la zapatilla un golpe de pechos, y él, metiendo el brazal, un tajo a don Cleofás en la cabeza, sobre la guarnición de la espada; y convirtiendo don Cleofás el reparo en revés, con un movimiento accidental , dió tan grande tamborilada al contrario, que sonó como si la hubiera dado en la tumba de los Castillas.

Hasta la una de la noche, aunque la animación y la alegría fueron grandes, bien se puede afirmar que en la reunión apenas hubo el menor incidente digno de censura. Al contrario, todo fue estético, artístico y literario. Las piratininganas recitaron lindamente sentidos versos de la Marilia de Dirceo; las muchachas de Canarias cantaron seguidillas y coplas de fandango; cantaron londums las mulatas; la negra bailó con gran primor y salero, y entonó, por último, Catalina tan afinada y primorosamente varias canciones alemanas, que por unanimidad confirmaron todos su nombramiento de reina de la fiesta. Llegó la hora de cenar, y Catalina, como tal reina, dio el brazo a Pedro Lobo para ir al salón del banquete. Ella iba a presidirle, y, por extranjero y persona de más cumplimiento y ceremonia, sentó a su derecha a Pedro Lobo, mas no sin decir a Arturito que al otro lado suyo tomase asiento en la mesa.

Tengo noticia que en Santa Fe y Corrientes, y aun dentro de los mismos pueblos, está sucediendo que los curas han casado indios con negras y mulatas esclavas, y, como las leyes previenen que la mujer del indio y sus hijos sean del pueblo de él, y por otra parte la esclava debe seguir a su amo y los hijos son esclavos, no cómo pueda componerse esto; al mismo tiempo el indio habrá de seguir a la mujer, y entonces se perjudican los reales tributos, y el pueblo con su falta y la de la posteridad; y me parece que éste es un punto que pide remedio.

Yo me retiré poco a poco de la sala y me fui en busca de los sirvientes que departían el mismo tema en las habitaciones interiores de la casa; las mulatas y negras de la servidumbre cotorreaban a destajo sobre política. Solamente mi buen compañero Alejandro, un mulato que había estado al servicio de mi padre, guardaba silencio y mostrábase taciturno ante el alborozo de los demás.