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Cuando Gaitica me maltrató y no pude hacerle pedazos ni aplastarle con la zapatilla, también tuve un momento de bochorno, de ira y de desesperación en que quise suicidarme. Pero después me he serenado. Eso de matarse se deja para los tontos. El que quiera viaducto, con su pan se lo coma. A vivir, vidita, que vivir es lo seguro. Alma atrás... Lo quiere el mundo, pues adelante.

Arremetía como un león irritado, pero salíale al encuentro un tapaboca de la zapatilla de la espada del licenciado, que en mitad de su furia le detenía, y se la hacía besar como si fuera reliquia, aunque no con tanta devoción como las reliquias deben y suelen besarse.

De eso hablamos la de los Pavos y yo... ¡Vaya, pues no vas a ser ahora poco señora...! Chica, chica, no te hagas de miel; levanta tu cabeza. ¡Aire!... ¿Pues no ves que las señoronas esas te hacen la rueda? Como que será una potentada, y yo que , no paraba hasta que la Jacinta viniera a besarme la zapatilla. Pues qué... ¿crees que él no ha de venir también?

A veces se mete en mi cuarto cuando estoy durmiendo, para comunicarme una de las innumerables martingalas que acaba de descubrir, y tengo que amenazarle con una zapatilla. Guarda en su habitación, entre los cuadernos de música, rimeros de hojas verdes que contienen día por día todo un año de juego en las diversas mesas del Casino... Está loco.

En una ocasión llegó a decirle al Gobernador civil: Hombre, ¿no estaría en sus atribuciones de usted prohibir el paseo de la zapatilla? Aludía el Obispo al paseo de los artesanos en el Boulevard, entre luz y luz. Creía que de allí y de los bailes peseteros del teatro nacía la corrupción creciente de Vetusta.

En esto, el Maestro, con el montante , barriendo los pies a los mirones, abrió la rueda, dando aplauso a la pendencia vellorí , pues se hacía con espadas mulatas; y partiendo el andaluz y el estudiante castellano uno para el otro airosamente, corrieron una ida y venida sin tocarse al pelo de la ropa, y a la segunda, don Cleofás, que tenía algunas revelaciones de Carranza, por el cuarto círculo le dió al andaluz con la zapatilla un golpe de pechos, y él, metiendo el brazal, un tajo a don Cleofás en la cabeza, sobre la guarnición de la espada; y convirtiendo don Cleofás el reparo en revés, con un movimiento accidental , dió tan grande tamborilada al contrario, que sonó como si la hubiera dado en la tumba de los Castillas.

De repente sufrió un fuerte ataque de tos que intentó ahogar llevando el pañuelo a sus labios rojos como la grana. Y luego sintió que desfallecía; pareciole que la ventana huía delante de ella, que el suelo se hundía bajo sus pies, y tambaleándose llegó a la cama, cayó boca abajo sobre ella, estrechando convulsivamente contra su pecho el pañuelo y la zapatilla.

Acudieron en su auxilio, y Gallardo se levantó cubierto de tierra, con un gran rasguño en el dorso del calzón, por el que se escapaba la ropa blanca interior, una zapatilla menos y perdida la moña que adornaba su coleta.

Púsole visera que no tenía para lo cual le bastó media suela de una zapatilla; lo moldeó y le dio forma, que casi había perdido; adornole con una vistosa placa, que sacó de la chapa circular de un botecillo de betún, y por último, con ciertos tirajos de papel dorado, sutilmente desprendidos de una caja de mazapán, le puso sus tres entorchados. ¡Muy bien! ¡Así se hacen las cosas!

¡, !... Llévatelo y que no lo vea más... Para es un recuerdo triste, y para ti es un bibelot curioso, que puedes colocar encima de tu mesa... Perrro, Jacobito, hijo..., no si debo... debes, hombre, debes... Ahí llevas la zapatilla de Ceneréntola; el día en que encuentres una mujer que pueda calzársela, ese día me la devuelves.