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Ya se ve; en cuanto ha tenido buques... Si parece cuento... Y el Gobierno, ¿qué hará?... Mandar un ejército inmediatamente... Pero quia, si es un torrente... Cádiz sublevada, Sevilla sublevada, toda Andalucía ardiendo... Pobre Señora... Bien se lo decían, y ella sin hacer caso... ¿Y los generales que estaban en Canarias?... Pues en Cádiz. ¿Y Prim?

La escena es, ya en Bengala, ya en las islas Canarias, ya en España. En El prodigio de Etiopía se apodera un moro, por astucia, de la hija del Rey de Egipto, haciéndose pasar por su amante; huye con ella, se convierte en salteador, comete los mayores crímenes y muere al fin ermitaño y mártir.

Tardamos más de dos meses; no fuimos en línea recta: bajamos a las Canarias, y desde allí nos encaminamos a las Antillas. De Cuba volvimos a Manchester y de Manchester a Cádiz. En el bergantín aquél el aprendizaje era terrible; no se comía apenas, ni se podía dormir, ni mudarse; en cambio, cuando hacía buen tiempo, una delicia: se jugaba a las cartas y se contaban cuentos de brujas y de piratas.

En La octava maravilla se nos presenta un Rey de Bengala, dedicado al estudio de Hipócrates y Galeno, que excitado por las pomposas descripciones, que le hace un arquitecto español de la geografía de España y de la genealogía de sus familias más distinguidas, se resuelve á visitar á la Península, y después de naufragar en las islas Canarias llega á Sevilla, en donde finge ser un criado y se enamora de una beldad sevillana, convirtiéndose al cristianismo y regresando después á su reino para propagar en él su religión.

Unos le consideraban vizcaíno, de los que hacían comercio con Francia e Inglaterra; otros portugués, que navega de Lisboa a la Mina; los más le tenían por andaluz y le llamaban Alonso Sánchez de Huelva. Una tempestad había sorprendido barco entre Canarias y Madera, llevándolo hasta una gran isla, que se creyó luego fuese la de Santo Domingo.

Valga como muestra la bellísima cita, hecha por el Conde de Casa-Valencia en el discurso a que contesto, de un artículo del Sr. Ríos Rosas, La mujer de Canarias, única producción en prosa, que a más del discurso de recepción aquí, confieso conocer, como trabajo meramente literario, de tan eminente republico y tribuno.

Y que no se hayan hallado en tanto tiempo los Césares, no es prueba de que no los hay, como no lo fuera de que no habia Canárias, porque no se hubiesen descubierto hasta los años de 1200; ni que no habia Indias, el no haberse descubierto hasta los tiempos de Fernando el Católico; ni que no habia Batuecos, el no haberse descubierto hasta el reynado de Felipe II., y esto estando en el riñon de España.

Del cual su armada á prisa abastecida De todo el necesario, y sus pertrechos, De la ciudad de Cádiz fué partida, Y á las Canarias llegan bien derechos. Los mas de todos es gente lucida, Algunos con insignias en los pechos, De nobles y lutrosas encomiendas, Y muchos de valor y grandes prendas.

Con estas precauciones ¡ay!, no habrá quien levante el gallo». ¿A Canarias? ¡A los quintos infiernos! exclamó la Pipaón con júbilo . Eso me gusta; que los pongan lejos, y se acabaron los sustos. Que conspiren ahora. ¿Y también al infante me le dan aire...? Voy a decírselo a Bringas, que esto para él es oro molido. «Bien, bien, bien. Eso es gobernar.

Entonces nació Martí. Fue su padre don Mariano, español, y Sargento cumplido del Ejército; y su madre, doña Leonor Pérez, hija de Canarias. El sábado 12 de febrero del mismo año en que naciera, fue bautizado en la iglesia del Santo Ángel Custodio por el presbítero don Tomás Sala y Figuerola.