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Ora entornaba los párpados con desmayadizo temblor, como si respirara un perfume doloroso; ora los abría desmesuradamente; y resumiendo, a la vez, su boca de carmín, parecía ofrecerla a un galán imaginario, como confitada fresa, como incitante golosina purpúrea. La dueña la preguntó casi al oído: ¿Pasó por esta calle? ¿De quién decís? repuso la niña. De Gonzalo. ¿Lo yo acaso? que debió.

Comenzó a despojarse rápidamente de su traje de calle para ponerse el de media ceremonia con que comía y recibía a sus íntimos por la noche, más claro siempre, con un pequeño descote y los brazos cubiertos. La doncella, a una indicación suya, sacó un traje color fresa exprimida del gran armario de espejo que ocupaba enteramente uno de los lienzos de la pared.

El hacha ¡bueno!; pero la mujer se llamaba Masicas, que quiere decir «fresa agria». Y era agria Masicas de veras, como la fresa silvestre. ¡Vaya un nombre: Masicas! Ella nunca se enojaba, por supuesto, cuando le hacían el gusto, o no la contradecían; pero si se quedaba sin el capricho, era de irse a los bosques por no oírla.

Entretanto la señorita Margarita, inclinada sobre el acirate y tropezando en su largo vestido, saludaba con un pequeño grito de alegría cada fresa que llegaba á descubrir. Yo me mantenía cerca de ella, llevando en mi mano la hoja de higuera sobre la que depositaba de tiempo en tiempo una fresa, contra dos que engullía para alentar su paciencia.

Y abres en cruz tus brazos soberanos, Para llamar a todos tus hermanos, Como un Dios en lo alto de una cumbre. Mujer de fresa y nieve y terciopelo, Suave como los besos de las brisas, En cuyos ojos el azul del cielo Es una flor de luz rota en sonrisas; Hada dormida en pálido y sonoro Ensueño ideal de amores y sigilos, Cuyos cabellos de fragante oro perfumaron a un rey entre sus hilos;

Mario dejaba que su mujercita le contase lo que pensaba hacer con el vestido color fresa cuando la falda se ensuciase demasiado, o bien el número de camisas que iba a poner apartadas y las que dedicaría al uso, o las reformas trascendentales que proyectaba en el ramo de chambras.

Los altares eran hermosos, como los platos montados de un banquete. Mármoles de color de caramelo, de color de miel, de suave fresa, de un verde de fruta escarchada, de una blancura tierna de merengue. Sentíase el deseo de morder aquella piedra, pulida como un espejo, que daba á los ojos una sensación de dulzura.

MERMELADA DE GROSELLA. Se hace lo mismo que la de fresa. JALEA DE GROSELLA. Se toma la misma cantidad de grosella encarnada que blanca y una tercera parte de frambuesas; se mezclan bien, se exprimen mucho y pasan por un paño muy fino. Se mide las mismas tazas de jugo que de azúcar y se pone a hervir lentamente.

Tía, ¿a cómo estará ahora la fresa?». No lo , ni me importa replicó ella , porque como no la pienso traer hasta que no se ponga a tres reales... Nicolás dio un suspiro, mientras doña Lupe decía para : «Como no comas más fresa que la que yo te ponga, tragaldabas, aviado estás».

HELADO ARLEQUÍN. Si es para queso helado se pone una mitad del molde lleno de helado de fresa, y encima la otra mitad de mantecado; se tapa, se cubre de hielo todo, durante dos horas, y se saca con cuidado en el mismo momento de servirlo. Si se sirve, no como queso, sino en vasitos, se tienen los dos helados en sus respectivas heladoras, y se coloca mitad de cada uno, a lo largo.