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Sólo en los ojos hechiceros de Carmencita quedó encendida la penosa expresión de la duda, y a menudo posaba esta llama inquieta en el enigma de los días futuros como una interrogación inconsciente. Don Manuel sueña, como la tarde en que le conocimos.

Hundida en su asiento, la niña de Luzmela posaba una mirada átona y errante sobre la tristeza helada del salón enorme, y oyó vagamente alzarse en el silencio sepulcral de la casa un tarareo gangoso seguido de una escala vocal rota y aceda. Carmen pensó: doña Rebeca canta y corre y se ríe.... ¡Lo mismo que el padrino!... Y cerró los ojos, cansados de mirar realidades y visiones de tragedia....

Entonces me estremecí al sentir que su boca se posaba en mis labios. Me pareció que una llama me había quemado. Y me besó otra vez, otra y otra: el gozo y el agradecimiento le habían hecho perder la razón. Pero yo pensaba: «¡Ojalá nunca concluya este instante!» Y los calofríos me sacudían sin interrupción mientras mi cuerpo yacía inerte y sin fuerzas entre sus brazos.

En medio de estas íntimas miserias, cuya intensidad se redobla cada día, sólo hallaba algún consuelo al lado de mi pobre y vieja amiga la señorita de Porhoet. Ella ignoraba ó fingía ignorar el estado de mi corazón, pero, en alusiones encubiertas, y tal vez involuntarias, posaba ligeramente sobre mis llagas sangrientas la mano delicada é ingeniosa de la mujer.

Cada vez que volvía a su casa el estudiante, era recibido por su padre con la misma caricia muda. El duro había sido reemplazado por billetes de Banco, pero la garra poderosa que se posaba sobre su cabeza, acariciábale cada vez con mayor flojedad; pesaba menos. Rafael, por sus ausencias, notaba mejor que los demás el estado de su padre. Estaba enfermo, muy enfermo.

Iba D. Carlos vestido con suma elegancia, á la última moda de París. Era todo un petimetre. Parecía el príncipe de la juventud dorada, transportado por arte mágica desde las orillas del Sena al riñón de Andalucía. El cuello de su camisa y el lienzo con que formaba lazo en torno de él, estaban bastante bajos para descubrir la garganta y la cerviz robusta sobre que posaba airosamente la cabeza.

Salté del lecho, y con sorpresa que no era flor alguna, sino un pájaro que se posaba en el barandal del balcón. Me acerqué con grandísima cautela, por miedo de auyentarlo. Al principio lo tomé por un loro, pero enseguida comprendí que era de mayor tamaño. No intentaré describir su maravilloso plumaje, porque no podría hacerlo.

Las finas siluetas de hijos de familia, holgados dentro del smoking, hacían resaltar la fuerza muscular de Juan. Sus anchas espaldas, su rostro enérgico tenían cierta belleza, una belleza viril que hacía dominante su mirada luminosa, súbitamente dulcificada, hasta la más infinita ternura, cuando se posaba sobre María Teresa.

Isabel, en cambio, se mostraba cada vez más amable y afectuosa con él y con todo el mundo, particularmente con él. Estaba rodeada de pollos que la incensaban sin descanso. A todos contestaba con la misma sonrisa candorosa, enloquecedora. Si a alguno distinguía, era a Villa, en quien posaba a menudo con amorosa expresión sus grandes ojos inocentes y límpidos.

Matilde quiso ver las ropas y objetos de Laura, y ésta, por complacerla, se tomó la molestia de mostrárselos, sin notar las miradas penetrantes y codiciosas que aquélla posaba sobre ellos, ni la sonrisa de despecho que vagaba por sus labios.