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Con todo ¿y si se equivocaba en su estimación? ¿Si bajo aquella elegante envoltura no encontraba luego más que una naturaleza de petimetre sin más propósito que disfrutar de los placeres del mundo, y cuidar en sus horas frívolas de su toilette esmerada y de la elegancia de sus ademanes? Agitada por estos pensamientos indecisos y contradictorios la sorprendió el sueño.

Abrazóla el filósofo, lloró con ella, puesto que filósofo; y la dama, despues de haberse desmayado, se fué á consolar con un petimetre. Partiéronse nuestros dos curiosos, y saltáron primero al anulo que encontráron muy aplastado, como lo ha adivinado un ilustre habitante de nuestro glóbulo; y desde allí anduviéron de luna en luna.

Esta es una comedia muy parecida á las anteriores en espíritu y colorido, y que también se distingue por la hábil pintura de sus caracteres. El antitipo, ó contraste de Toribio, es en ésta un petimetre ilustrado y vanidoso.

Un petimetre, don Aquilino de Leuro, era el quebradero de cabeza de la sobrina; y ya fuese que éste se exasperara de andar siempre al morro por un quítame allá esas pajas, o bien que su amor hubiese llegado a extremo de atropellar por todo respeto, dando al diablo el hato y el garabato, ello es que una noche sucedió... lo que tenía que suceder.

El Magistral recordó que en aquella misma berlina u otro coche de la misma casa por lo menos, pocas semanas antes iba él llorando de alegría, llena el alma de esperanzas, de proyectos que le hacían cosquillas en los sentidos y en lo más profundo de las entrañas. Y ahora un presentimiento le decía que todo había acabado, que Ana ya no era suya, que iba a perderla, y que aquel viaje al Vivero era ridículo; que si estaba allí Mesía, como era casi seguro, todas las ventajas eran del petimetre. Vestía el Provisor balandrán de alpaca fina con botones muy pequeños, de esclavina cortada en forma de alas de murciélago. Tenía algo su traje del que luce Mefistófeles en el Fausto en el acto de la serenata. Había deliberado mucho tiempo a solas: ¿qué ropa llevaría? Cada vez le pesaba más la sotana y le abrumaba más el manteo. El sombrero de teja larga era odioso; demasiado corto era cursi, ridículo, parecía cosa de don Custodio; muy cerrado, antiguo, muy abierto, indigno de un Vicario general. ¿Iría de levita? ¡Vade retro! No, el cura de levita se convierte por fuerza en cura de aldea o en clérigo liberal. El Magistral muy pocas veces recurría a tal indumentaria. Oh, si le fuera lícito vestir su traje de cazador, su zamarra ceñida, su pantalón fuerte y apretado al muslo, sus botas de montar, su chambergo, entonces , iría de paisano, y la vanidad le decía que en tal caso no tendría que temer el parangón con el arrogante mozo a quien aborrecía. , a quien aborrecía. Don Fermín ya no se lo ocultaba a mismo. No daba nombre a su pasión, pero reconocía todos sus derechos y estaba muy lejos de sentir remordimientos. «

Para estas buenas señoras no existía el tiempo. Ni veían las arrugas, ni la peluca, ni los dientes postizos de su hermano. Manuel Antonio era siempre un pollito, un petimetre. Sus trajes, sus baños, las horas que empleaba en el tocado les hacían sonreír con benevolencia.

Iba D. Carlos vestido con suma elegancia, á la última moda de París. Era todo un petimetre. Parecía el príncipe de la juventud dorada, transportado por arte mágica desde las orillas del Sena al riñón de Andalucía. El cuello de su camisa y el lienzo con que formaba lazo en torno de él, estaban bastante bajos para descubrir la garganta y la cerviz robusta sobre que posaba airosamente la cabeza.

Estaba escrito, no obstante, que pocos días antes de salir el cuarto número de La Abeja estallaría una furiosa borrasca entre los campeones infatigables de la cultura patria. Las más grandes empresas, las obras más altas y portentosas pueden venir al suelo por livianos motivos. Troya pereció por los devaneos de un petimetre: La Abeja por una disquisición histórica.

Ana, sin dar tiempo a don Álvaro para buscar buena embocadura a la conversación, dejó caer sobre la prosaica imaginación del petimetre, el chorro abundante de poesía que había bebido en el poema gallardo, fresco, exuberante de hermosura y color del maestro Zorrilla.

Pensando en esto, y mientras apuntaba a don Víctor, sin verle, sin ver nada, sin fuerza para apretar el gatillo, oyó tres palmadas rápidas y en seguida una detonación. La bala de Quintanar quemó el pantalón ajustado del petimetre. Mesía sintió de repente una fuerza extraña en el corazón; era robusto, la sangre bulló dentro con energía.