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Se hacen los preparativos a bordo, y el capitán Maal, nuestro simpático jefe, redobla su actividad, si es posible. Es un viejo marino, natural de Curaçao; tiene en el cuerpo 30 años de navegación del Magdalena.

Con la nariz dilatada, los brazos extendidos, diríase que la aparición de las brigadas de caballería y fuerzas de la Guardia Civil que desembocan, unas por el camino real, otras por San Hilario, redobla su guerrero ardor, acrecienta su cólera. «No nos comerán, grita.... Vamos a tirarles piedras, a lo menos tengamos ese gusto...». Nadie quiere tenerlo.

El mayoral grita como un dragon, sacudiendo las riendas y el foete, agitando en una convulsion rabiosa todo el cuerpo; el zagal le acompaña en gritos, movimientos y reniegos; y el delantero, que les sacude tambien á veces á las mulas que están á su alcance, redobla la actividad para apurar la carrera.

El tambor redobla alegremente; la gaita grita; la novilla ofrecida á la Virgen brinca y juguetea haciendo sonar la esquila que lleva al cuello. Delante de todos disparando cohetes marcha el valeroso Celso. El humo de la pólvora le embriaga; los cantos le alegran; un vértigo delicioso se apodera de su magullada cabeza y por un momento se borran de su mente las dulces memorias de la Bética.

En su corazón había renacido la dicha pujante y vigorosa, como agua de manantial comprimido que redobla su violencia al cesar la fuerza que lo sofoca. Tuvo impulsos de quitarse de las orejas los ricos pendientes que lucía y regalárselos a Engracia, pero le parecieron pobrísima ofrenda para pagar tanta felicidad.

En medio de estas íntimas miserias, cuya intensidad se redobla cada día, sólo hallaba algún consuelo al lado de mi pobre y vieja amiga la señorita de Porhoet. Ella ignoraba ó fingía ignorar el estado de mi corazón, pero, en alusiones encubiertas, y tal vez involuntarias, posaba ligeramente sobre mis llagas sangrientas la mano delicada é ingeniosa de la mujer.

El ánimo os persigue embebecido, altérase el aliento acompasado y el corazon redobla su latido; una lágrima ensancha el pecho ahogado, surge, tiembla en el párpado encendido y cae... ¡Al alma se la habeis robado! Columpiarse veíala en mis sueños al blando soplo de la dulce brisa, y llegaba su voz hasta mi oido clara y distinta.

Por su amor engrandecido, por él á todo resuelto, olvidado de su madre, viendo en su amor su universo, Ataide al leon se arroja, desnudo el tajante acero, revuelto rápidamente, el caftan al brazo izquierdo; y resuena un grito herido, un grito de horror supremo: ella no ve más que un grupo en que se agitan revueltos, confundidos, hombre y fiera: Ataide en círculo estrecho se ciñe al leon, le evita, al burlar su furor ciego larga herida le produce, y rápido revolviendo, vuelve á burlarle y á herirle y redobla su ardimiento, siempre el caftan por escudo y por ofensa el acero.

¡Bravo, toro! ¡toma carrera con la cabeza baja y te precipitas sobre el picador!... Pero él te detiene en seco, hundiéndote su excelente hoja en el lomo. Tu sangre salta, tu muges y tu furor redobla. ¡Como hay Dios! ¡será una hermosa corrida!