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En el patio inmediato a la capilla sonaban golpes de vara sobre el pellejo de los míseros caballos, reniegos, choque de herraduras y voces. «¿A quién le tocaNuevos picadores eran llamados a la plaza. A estos ruidos uniéronse otros más cercanos.

Cuando por primera vez viajé en diligencia española, tuve la nocion completa de lo que debe de ser una legion de demonios que se lleva un racimo de almas al infierno, por entre precipicios espantosos y con grande orquesta de reniegos.

Y le duró más de siete, y se templó en tales términos y se arregló la envejecida y desconcertada máquina de mi tío de tal manera, que, no en un cesto, sino bien sentado en el sillón de vaqueta de su dormitorio, y bien forrado y envuelto en mantas y capotes, consiguió darse más de cuatro «panzadas de sol» al aire libre en el abrigado rincón de la solana, adonde le sacaba yo poco menos que en vilo, por la puerta de su alcoba, entre las tempestades de votos y reniegos con que protestaba contra «la perra acabación» que en tan miserables extremos le ponía.

Por dicha o por providencia de la chacha, que todo lo había arreglado muy bien, D. Gregorio tropezó en la obscuridad con un banquillo que habían atravesado por medio y dio un costalazo, haciendo bastante estrépito y lanzando algunos reniegos. Pronto se levantó sin haberse hecho daño y se dirigió precipitadamente al cuarto de su mujer.

De súbito, pues, y cuando todos los concurrentes menos lo preveían, lanzó el gaucho varios feroces reniegos, se levantó de la mesa, agarró del brazo a Catalina e intentó llevársela consigo a tirones y poco menos que arrastrando. Llena de susto y lastimada por la violencia, la muchacha dio chillidos.

Y, despidiendo treinta ayes, y sesenta sospiros, y ciento y veinte pésetes y reniegos de quien allí le había traído, se levantó, quedándose agobiado en la mitad del camino, como arco turquesco, sin poder acabar de enderezarse; y con todo este trabajo aparejó su asno, que también había andado algo destraído con la demasiada libertad de aquel día.

Pero ¡amigo mío! ¡cómo ha cambiado todo! Lo que ahora priva es la filosofía de la desesperación. La poesía la precedió en este camino, el cual, seguido poéticamente, confieso que me encantaba. Cuando yo era mozo y estudiante, ¿quién no hacía versos desesperados? Los versos desesperados eran como blasfemias y reniegos de las personas atildadas y cultas.

Levantábase á las tres, cargaba con los cestones de verduras cogidas por Tòni al cerrar la noche anterior entre reniegos y votos contra una pícara vida en la que tanto hay que trabajar, y á tientas por los senderos, guiándose en la obscuridad como buena hija de la huerta, marchaba á Valencia, mientras su marido, aquel buen mozo que tan caro le costaba, seguía roncando dentro del caliente estudi, bien arrebujado en las mantas del camón matrimonial.

Allí oímos el estrépito y los reniegos, y los tres, más o menos criminales, nos llenamos de consternación. ¡Cielos santos! exclamó doña Juana con voz ahogada: Huya usted, sálveme: mi marido llega. No había medio de salir de allí sin encontrarse con D. Gregorio, sin esconderse en la alcoba o sin refugiarse en el cuarto de Isabelita, que estaba contiguo.

Aun a los Reyes insistió el truhán con cómica unción, haciendo soltar al viejo Sarto media docena de reniegos entre dientes. Muy cierto es eso repuse. ¿Qué noticias me da usted de mi hermano? Ha mejorado mucho, señor. De lo cual me alegro. Y espera ir a Estrelsau tan luego esté completamente restablecido. ¿Es decir que sólo se halla convaleciente?