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Acto tercero. La Infanta confía al cortesano Arias Gonzalo, no sin dejar traslucir sus celos, que Ximena, no obstante su aparente persecución contra el Cid, lo ama sin duda alguna. El Rey declara su propósito de resolver, por medio de un combate personal, si tiene ó no derecho al dominio sobre la ciudad de Calahorra, y que elige al Cid por su campeón. Un servidor le anuncia la llegada de Ximena, y se queja el Rey de las molestias que le causa, fastidiándolo con sus pretensiones. Aprovéchase Arias de la ocasión para participar al Rey las sospechas de la Infanta acerca de los amores de Ximena y de Rodrigo; á su juicio, el casamiento de ambos será el mejor medio de reducir al silencio á la hija del conde Lozano. Forjan entonces un proyecto para averiguar si Ximena ama al Cid en realidad. Ximena entra, como antes, pidiendo al Rey justicia y censurando su tardanza en hacérsela, y después un criado que anuncia la muerte de Rodrigo. Ella, no dudando de la certeza de la noticia, cae en tierra desmayada. Cuando recobra el uso de sus sentidos, confiesa el Rey su estratagema y el objeto que se propuso; ella, por su parte, se esfuerza en debilitar la prueba de su amor que ha dado su desmayo, y declara estar pronta á entregar todos sus bienes y su mano al noble que le presente la cabeza de Rodrigo, y la mitad de su fortuna al de otra clase inferior si cumple su deseo. El Rey, creyendo al Cid invencible, da á conocer esta promesa. Interpólase entonces el conocido episodio del mendigo leproso de los romances, que se transforma luego en San Lázaro. Anúnciase en seguida que un combate personal, en presencia del Rey, decidirá de la suerte de Calahorra. Un gigante aragonés, llamado Don Martín, desafía con insolencia á los caballeros castellanos; el Cid acepta el combate, y se aventura á tomar parte en tan desigual pelea. El poeta nos describe entonces la inquietud de Ximena acerca del resultado del combate. Recibe una carta de Don Martín pidiéndole sus bienes y su mano, y anunciándole que en breve se presentará delante de ella con la cabeza del matador de su padre. Dominada por el dolor, dice que adora la sombra de su enemigo, y que llora al hombre á quien mata. La última escena es en la corte del Rey. Ximena, lujosamente vestida para sus bodas, se regocija de la muerte probable del Cid; pero cuando sabe, por asegurárselo así, que es cierta, arrastrada de su amor, no vacila en confesarlo, y pide al Rey licencia para entregar á Don Martín su fortuna, rehusándole su mano. Apenas pronuncia estas palabras, cuando se aparece el Cid, cuenta su victoria y solicita la mano de Ximena.

En este caso, los libros sagrados, serían épicos, y más aún, los de aquellos países donde estos libros no se forjan y custodian en el seno de una carta sacerdotal, sino que nacen espontáneamente, y por impulso impremeditado y divino, del seno de la muchedumbre.

Los hay que hasta dan citas á los oficiales de la Guardia y pasean con ellos por las afueras de las ciudades. Ahora empiezan á fundar círculos hombrunos, en los que discuten sobre su estado presente y forjan planes de emancipación, hablando pestes contra las mujeres. Ya existen dos clubs de esta clase, sólidamente constituidos uno de solteros y otro de casados.

Para perder á los hebreos forjan ambos el plan de que Belfegor excite contra ellos las armas del Príncipe pagano de los Amalecitas, y de que la Idolatría los aparte con sus palabras de la reverencia debida á Dios; y, en efecto, apenas se alejan, cuando ya detrás de la escena se oyen los murmullos de los israelitas.

El metal vibró como una campana que sonara muy lejos. ¡Ah, ya no se forjan espadas de este jaez, señor hidalgo! agregó Domingo de Aguirre. El acero es cada día más sucio y el temple más ruin. Dícese, en verdad contestó Ramiro, que habéis perdido algunos secretos de antaño. En cuanto a secretos, señor, nunca los hubo.

Al escribir Tirso y Calderón El condenado por desconfiado y La devoción de la Cruz, en todo lo sobrenatural que allí se representa, pusieron la realidad más evidente. Los altos designios de Dios figuran muy por cima de los ensueños que forjan ó pueden forjar los personajes de ambos dramas.

Los marinos se forjan ilusiones, y quizás por estar demasiado cerca, no conocen la inferioridad de nuestro armamento frente al de los ingleses. Estos, además de una soberbia artillería, tienen todo lo necesario para reponer prontamente sus averías.

Las estancias cadenciosas de sus trémulos poemas guardan bálsamos y mieles, no los fieros anatemas forjan lanzas aceradas en la urdimbre de su estrofa, 45 y en la gama de su verso melancólico y flexible hay, si hiere, un dulce ruego de perdón indefinible, y un espíritu doliente y amoroso si apostrofa.