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Severiana tenía su cama en la alcoba interior, y la sala primera estaba destinada a recibir visitas, como lo declaraban el relativo lujo de la cómoda, las sillas de Vitoria nuevecitas, el sofá de lo mismo, la mesa con cubierta de hule, el cuadrito de los dos corazones amantes, el de la Numancia en mar de musgo, los retratos de militares cuñados de Severiana, la estera de esparto flamante y sin ningún agujero, de empleitas rojas y amarillas, y en fin, las laminotas que recientemente habían sido adquiridas en el Rastro por una bicoca.

¡Bicoca!... ¡Oh!, señor marino, ¿y quién le dice a usted que yo sería tan torpe que moviera ese buque por medio del viento? Usted no me conoce. Si supiera usted que tengo aquí una idea... Pero no quiero explicársela a ustedes, porque no me entenderían». Al llegar a este punto de su charla, D. José María dio tal tumbo que se quedó en cuatro pies. Pero ni por esas cerró el pico.

Buenos tiros de ballesta han visto mis ojos, contestó Simón, pero permitidme deciros, camarada, que comparando vuestra arma con el arco me parece una bicoca propia de mujeres, que pueden dispararla con tanta facilidad y tanto acierto como vos. Mucho habría que decir sobre eso, repuso bruscamente el flamenco.

Lo que es que a me gusta el de usted; es el rojo de los Elsberg. Te repito que lo del color es una bicoca, una fruslería. Como ésta; toma. Y le di algunas monedas. ¡Cielo santo! exclamó. Lo que es esta noche voy a cerrar la puerta de la cocina, por si acaso. De entonces acá he aprendido que el color del pelo es en ocasiones detalle de la más alta importancia para un hombre.

No nos hagamos ilusiones, mi pobre cura; a pesar de vuestra admiración por ciertos vestidos míos, he llegado aquí hecha un mamarracho, un mamarracho horrible. «¡Cuán agradable cosa es una ciudad! Me he extasiado y maravillado ante las calles, las tiendas, las casas, las iglesias, y Blanca se ha reído de mi, porque ella llama a V * una bicoca. ¡Qué diría del Zarzal!

¿Y por qué no? le respondí, ¿Cuánto vale la jaca? Media bicoca, señorito; por ciento cincuenta duros.... Es muy cara. Ah, señor! si usté supiera lo que vale la yegua!... Es mas fina que una perla; y tal madre tal hijo. Entonces la jaca es muy mala. Puah! qué está usté rezándome! Y el padrote.... La verdad: la yegua fina da mal potro, si el caballo es bueno.

El virrey, cuyo liberalismo en materia religiosa se adelantaba a su época, influyó, aunque sin éxito, para que se obligase a los frailes a hacer vida común y a reformar sus costumbres, que no eran ciertamente evangélicas. Lima encerraba entonces entre sus murallas la bicoca de mil trescientos frailes, y los monasterios de monjas de pigricia de setecientas mujeres.

Luego, la Pepa no se daba por vencida, y apelaría, y mientras venía el fallo definitivo, ¡cuánto tiempo más perdido! Era preciso, pues, quitar este obstáculo, dar algo a aquella mujer para que desistiera de la apelación, muy poco, una bicoca. Y bicoca fué, que se vendieron las cédulas del Banco y aun llegó a retirarse cierto depósito de reserva.

Mi padre tiene tantas tierras que una ternerita de dos meses que entra por una punta es ya vaca lechera cuando sale por la otra. Eso no me asombra dijo la princesa. En tu corral no hay un toro tan grande como el de mi corral. Dos hombres sentados en los cuernos no pueden tocarse con un aguijón de veinte pies cada uno. Eso es una bicoca dijo Meñique.

, respondía don Timoteo; ¡pero lo que me ha costado ese decreto! Y luego, el derribo no se hace hasta dentro de un mes, hasta que venga la cuaresma; pueden venir otras partidas... yo hubiera querido que se derribasen al instante, pero... Y además, ¿qué me van á comprar los dueños de esas casas si son todos unos más pobres que otros? Siempre podrá usted comprarlas casitas por una bicoca...