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Aceptéla, no declarándole que tenía los escudos que llevaba, sino hasta cien reales solos, los cuales bastaron, con la buena obra que le había hecho y hacía, a obligarle a mi amistad. Compréle del huésped tres agujetas, atacóse, dormimos aquella noche, madrugamos, y dimos con nuestros cuerpos en Madrid.

Sentía Julián cosquilleo y agujetas en los muslos, frío en los huesos y pesadez en la cabeza. Dos o tres veces miró hacia su cama, y otras tantas el recuerdo de la pobrecita, que sufría allá abajo, le detuvo. Dábale vergüenza ceder a la tentación. Mas sus ojos se cerraban, su cabeza, ebria de sueño, caía sobre el pecho. Se tendió vestido, prometiéndose despabilarse al punto.

Del hábito de Santiago, señor de Juan Abad y poeta contestó Quevedo. Espera á vuesa merced quien le ha de llevar á otra parte. Pues espérese el que ha de llevarme á que me vista, que yo me creía en casa y habíame desnudado; y si quieren que despache pronto, tráiganme luz, que no se ponen bien las agujetas á obscuras.

Mejor hiciérades, pues, en apretaros las agujetas y arremeter con la Escritura y Santo Tomás, que éste es macizo sustento y lo otro golosina de arrabal; éste, camino áspero, pero seguro; aquél, el atajo peligroso; ésta, la bienhechora luz; lo otro, el humo irritante que perturba la visión y el cerebro. La obscuridad embozándole el rostro favorecía su discurso.

El mancebo echó, al pronto, una mirada a sus vestidos, estirose las calzas, apretose las agujetas del jubón, pidió a su madre una lechuguilla fresca; y luego, un espejo, un peine y un bote de unto para aderezarse el cabello. Hizo esto último con visible complacencia, hermoseando la expresión ante su propia imagen. Faltábale alguna joya.

Asaltado por súbito pensamiento, se agachó hacia el cadáver, y desciñendo las agujetas, sacó de entre el jubón y la ensangrentada camisa un billete sin sobrescrito. Lo desplegó. La claridad era débil; pero, al mirar hacia el cielo, observó que la luna iba a pasar muy pronto tras una grieta de las nubes.

Preguntad dónde queda el Patio de la Linterna, padre, preguntádselo a ese señor que tiene agujetas en el hombro y que está parado en la puerta de esa tienda. No está apurado como los otros agregó Eppie, bastante afligida por la perplejidad de su padre, y, además, bastante cohibido en medio del ruido, del movimiento y de la multitud de fisonomías extrañas e indiferentes.

Estas últimas palabras las acompañó el ayudante con un gesto expresivo, traspasando el aire con los dedos de punta, lo mismo que si los estuviese introduciendo por un cuerpo humano. Don Rosendo hizo un gesto de repugnancia, y guardó prolongado silencio. Al cabo, manifestó sordamente: Lo que sentiré es que estas malditas agujetas no me permitan tirarme a fondo. ¡Ca, hombre, ca!

¡Bien se ve que eres mi hijo! exclama mi padre con júbilo al contemplar mis adelantos. Es tan bueno mi padre, que espero que Vd. le perdonará su lenguaje profano y sus chistes irreverentes. Yo me aflijo en lo interior de mi alma, pero lo sufro todo. Con las continuadas y largas lecciones estoy que da lástima de agujetas.

Entonces, en medio del azorado mutismo, Beatriz se adelantó sin vacilar. Una dueña la tironeaba el faldellín; pero la hija de don Alonso, mirando aquellas manos tan tempranamente enrojecidas por el coraje, desprendió un favor azul que adornaba sus rizos, y, llegándose a Ramiro, se lo anudó ella misma en las agujetas del jubón con sus temblorosas manitas, blancas como la luna.